"No quiero que mi teatro sea banal"

Entrevista para "La Voz Joven."

"Rats, casi un musical"

Ganadora del Florencio Sanchez al mejor musical, 2014.

"El Mate", en el Teatro La Comedia

Obra nominada en los ACE y ganador de un ATINA. La música fue compuesta por Carlos Gianni.

"Azulejos Amarillos"

De Ricardo Dubatti, dirigida por Sebastián Kirszner en el 2013.

Sebastián es director artístico de "(La Pausa) Teatral"

Realiza talleres de montaje y talleres de actuación.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Catalina Dlugi recomienda "La shikse"

Con libro y dirección de Sebastian Kirszner, es una obra llena de ternura y secretos revelados que pinta con sabiduría el mundo de una mucama, que por muchos años trabajó en la casa de una familia judía. El titulo, tal como lo aclara el programa, alude al idish y significa “muchacha no judía” y en nuestro país se aplica a la empleada domestica. Lo cierto es que la protagonista se presenta con dos amigos ante un tribunal rabínico, porque se considera con méritos suficientes como para convertirse en una judía

Quiénes

Libro: Sebastián Kirszner
Actúan: Mariela Kantor, Ignacio Goya, Sebastián Marino.
Escenografía: Nicolás Aloisio, Héctor Vidaurre
Diseño de luces: Lucrecia Peralta
Música original: Sebastián Aldea
Coreografía: Fabiana Maler
Dirección musical: Sebastián Aldea
Dirección: Sebastián Kirszner

Donde

La Pausa Teatral, Av. Corrientes 4521

Porqué sí

Porque el autor no sólo apela al conocimiento de la religión y de las costumbres de las familias judías argentinas, sino que trasciende con humor y mucha humanidad lo que siente esta mujer que ha entregado su vida para mejorar la  de esa familia, sino que también revela secretos muy bien guardados. Ella siente que pertenece a la comunidad y con mucha ingenuidad quiere legitimar esa pertenecía frente a una religión que no busca nuevos adeptos.  Un planteo original y tierno realizado con humor e inteligencia. Mariela  Kantor brilla con los matices de emoción y verdad de sus reclamos. Acompañan muy bien Ignacio Goya y Sebastián Marino. Un espectáculo gratificante.

Pag 12: El exponente de un nuevo teatro judío

La Shikse, escrita y dirigida por Sebastián Kirszner en (La Pausa) Teatral
El exponente de un nuevo teatro judío
El notable trabajo de Mariela Kantor le pone especial sustancia a la pieza de Kirszner, que con conocimiento de causa pone el foco en la discriminación que puede surgir desde el propio judaísmo a través del intento de conversión de una shikse paraguaya.
Como María, Kantor debe superar una prueba cada vez más difícil ante el tribunal rabínico. 

Hay algo de época en La Shikse, última y genial obra del director y dramaturgo Sebastián Kirszner. Algo que tiene que ver con festejar al propio verdugo, con aplaudirlo (con votarlo). En el primer unipersonal del joven teatrista, la empleada doméstica de una familia judía se enfrenta a un tribunal rabínico con el propósito de convertirse al judaísmo. Para lograrlo, deberá completar el “cien por ciento de judaísmo real”, al que intentará llegar a través de pruebas y demostraciones acerca de cuánto merece ser parte de la colectividad. En ese camino, dejará hasta el aliento por su deseo de pertenecer a un mundo que no pareciera tener mucho interés en recibirla. 
La primera víctima, la más directa, del síndrome de Estocolmo en la obra es la protagonista, María, encarnada por la exquisita Mariela Kantor. Es desgarradora, como posiblemente ninguna otra escena de ninguna otra obra del autor, la parte final de la pieza en la que la “shikse” (forma despectiva de llamar en idish a la empleada doméstica) se arrastra luego de haber entregado todo lo que tiene, todo lo que es, para que el jurado la acepte. De origen paraguayo, la mujer habrá amasado knishes (un aperitivo muy popular en las comunidades judías), habrá bailado rikudim (danza israelí) y habrá recitado cada versículo bíblico. Sin embargo, siempre faltará algún porcentaje para que el tribunal y los Sucovsky, la familia que la emplea, lo consideren mérito suficiente para poderla integrar.  
La segunda víctima, menos clara y más profunda, de aquello de aplaudir a quien te azota, es aquel famoso tribunal que, a falta de un coro de actores que lo interprete, es ni más ni menos que el público. Ya había pasado en la anterior obra de Kirszner, El ciclo Mendelbaum, que la identidad judía se abordaba de una forma crítica e irreverente y que el espectador judío que la veía se reía de sí mismo, de sus miserias. Pero en La Shikse eso se potencia a un nivel que  ameritaría casi un estudio sociológico: cuanto mayor es la crítica, cuanto más ahonda el director sobre la discriminación, el machismo y la diferencia de clases de cierta elite judía, mayor es la risa entre esa misma parte del público. Un fenómeno irónicamente conmovedor.
Hay dos opciones: o el mensaje no se entiende o es mejor reír que aceptar. La primera es realmente poco probable, porque la pieza conjuga en dosis justas la sutileza del lenguaje y de la metáfora con la crudeza de la actuación de la actriz, que encarna a un personaje tan sufrido que no da lugar a dudas: la obra no es una comedia sino un drama desolador. La segunda pareciera más factible e invita a pensar en los múltiples efectos que el teatro puede tener sobre el espectador. Una hipótesis es posible: ver La Shikse es como encarar una terapia para hablar de las cosas que están mal. Cuesta, duele, uno se hace el que no pasa nada, se escapa o se ríe, pero a la larga alguna pregunta va a aflorar. Quizás después de ver la obra eso le pase a aquella elite, quién sabe. Después de todo, esa es la magia de la experiencia teatral. 
¿Es La Shikse sólo una obra para judíos? De ningún modo, pese a que como bien ha dado en llamar la investigadora del Conicet asociada al espectáculo, Paula Ansaldo, Kirszner está trazando los primeros pasos de un “nuevo teatro judío”. De todos modos, sí será distinta la experiencia entre quienes son judíos y quienes no. Mientras que los primeros entenderán todas las referencias, los intertextos, los chistes, para los otros la obra presentará más “agujeros” para llenar. Una cosa quedará clara para todos: siempre es muy interesante la manera en que una cosmovisión particular es abordada desde el campo de lo teatral. 

La shikse: La Nación **** MUY BUENA

Comedia sobre lo judío

LUNES 19 DE JUNIO DE 2017
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PARA LA NACION
Mariela Kantor y los músicos
Mariela Kantor y los músicos.
La shikse / Dramaturgia y dirección: Sebastián Kirszner / Intérpretes: Mariela Kantor, Ignacio Goya, Sebastián Marino / Escenografía: Nicolás Aloisio, Héctor Vidaurre / Iluminación: Lucrecia Peralta / Música original: Sebastián Aldea / Coreografía: Fabiana Maler / Sala: (La pausa) Teatral, Corrientes 4521 / Funciones: viernes, a las 21 / Duración: 60 minutos / Nuestra opinión:muy buena
El año pasado, Sebastián Kirszner estrenó El ciclo Mendelbaum. La obra sigue en cartel y no estuvo exenta de polémica. Según algunos teóricos, era el puntapié inicial de un nuevo teatro judío, uno que le hablaba a una generación ya no centrada en la nostalgia, sino que piensa su identidad de forma irreverente. Otros lo consideraron un gesto provocador. La shikse continúa este derrotero alrededor de la construcción de lo judío desde la actualidad tratada con humor, canciones y mucho juego.
En la Argentina, shikse es una forma un tanto despectiva que usa la comunidad judía para referirse al personal doméstico. La palabra proviene del idish y, en sentido estricto, refiere a la mujer que no respeta los preceptos religiosos. La obra de Kirszner trata de una de estas mujeres, María, que vino del Paraguay y vivió la mayor parte de su vida ocupándose de la casa y los hijos de la familia Sucovsky. Ha compartido sus viajes y aprendido sus costumbres. Al iniciar la obra, desea que el público le permita convertirse al judaísmo. A diferencia de otras religiones, el judaísmo no es misionero, no busca sumar adeptos en forma demasiado explícita, por lo que para hacerse merecedora de esta nueva condición deberá probar sus dotes judaicas. Cada knishe amasado, cada rikudim bailado, cada versículo bíblico aprendido la acerca al 100% de judaísmo real al que aspira llegar. Así, la obra es una exposición de los hitos que marcan la pertenencia a una tradición no heredada, pero sí compartida. Asistida por dos músicos que juntan el virtuosismo en la ejecución de sus instrumentos con la capacidad de tocar sin salirse del personaje, la obra despliega una serie divertidísima de cuadros.
La escenografía consiste en un gran trono con una estrella de David. Ese espacio se reformulará varias veces, transformándose en una cocina o en una pensión. Fuera de los aciertos en este campo, el vestuario y una correcta iluminación, La shikse es una obra que se define por el trabajo de su actriz protagónica y en ese punto Mariela Kantor se destaca. Su simpatía gana a la platea de inmediato, consigue abrir el juego todo el tiempo, hacer participar al público sin ser invasiva, es una actriz completísima, generosa en su entrega y precisa en su ejecución. Muestra un amplio rango emotivo, sabe pasar de los momentos risueños livianos a una conmovedora profundidad en transiciones bien armadas, guiada por una dirección que sabe seguirla más que ponerle límites. Aunque el personaje invita a la caricatura, Kantor nunca cae en eso. La historia de María es, además, goi friendly. Trasciende la referencia específica a la comunidad judía y deviene universal para todo el que se pueda sentir relacionado con esta mujer que postergó su propia vida para hacer felices a otros y que, en ese camino, se encontró a sí misma.
Graciosa y emotiva, La shikse propone un acercamiento descontracturado a las formas de relacionarse con una tradición. Esta insistencia tiene, también, marcas de autor que Sebastián Kirszner está desarrollando como joven y prolífico representante del teatro nacional. Es bastante más que una comedia cuya finalidad única sea la risa, entretiene sin ser superficial, con maestría va trazando debajo de cada carcajada una reflexión profunda acerca del problema universal de pertenecer.

jueves, 8 de junio de 2017

El Ciclo Mendelbaum: mejor musical argentino (Premio Florencio Sanchez)



Rita Terranova y Pepe Soriano fueron distinguidos anteanoche en el teatro Regina con los principales galardones de los premios Florencio Sánchez, que reconocen la actividad teatral realizada durante 2016. La ceremonia tuvo a un lúcido y brillante conductor: Diego Reinhold, quien evitó la solemnidad, puso humor y le dio al encuentro el carácter de una reunión de amigos. Los asistentes, agradecidos.
La Casa del Teatro premió a Terranova por su rol en En boca cerrada, de Juan Carlos Badillo, producto de una selección ardua en la que también estaban candidateadas, bajo la categoría Actriz protagónica, Silvina Bosco (Tres, de Juan Carlos Rubio), Marta Lubos (El diccionario, de Manuel Calzada Pérez), Leonor Manso (Esposas de dictadores I, de René Pollesch) e Ingrid Pelicori (Todas las cosas del mundo, de Diego Manso, y Decadencia, de Steven Berkoff).



Por su parte, Soriano (El padre, de Florian Zeller) se impuso en su rubro Actor protagónico sobre Marcelo Bucossi (Los derechos de la salud, de Florencio Sánchez, y La tempestad, de Shakespeare), Horacio Peña (Animales nocturnos, de Juan Mayorga, y Decadencia, de Steven Berkoff), Nelson Rueda (Las noches blancas, de Ariel Gurevich) y Alejandro Awada (Un hombre equivocado, de Roberto Cossa).
Fueron emotivos los dos discursos finales del director y docente teatral Raúl Serrano y de Fernanda Mistral, una dama de la escena. Ambos se ganaron sentidos aplausos en la platea al recibir sus premios a la trayectoria.



Cristina Dramisino ganó como Mejor actriz de reparto por su trabajo en En boca cerrada, mientras que Jorge Noguera ganó como Mejor actor de reparto por sus trabajos en Operación Otelo y Tarde, de Fabián Saad.
En los rubros de obras para un solo personaje ganaron Marilú Marini (Todas las canciones de amor, de Santiago Loza) y Mariano Mazzei (Sola no eres nadie, de Natalia Villamil).



Una joven dupla de dramaturgos se llevó la estatuilla como Mejor autor argentino. Ellos son Lionel Arostegui y Lautaro Metral, por su trabajo de La mar chiquita. Entre los rubros musicales, El ciclo Mendelbaum, de Sebastián Kirszner con música de Sebastián Aldea, ganó en Mejor musical; en tanto Karina K (Yiya, el musical) y Federico Salles (Franciscus) ganaron en los rubros interpretativos.
Jorge Azurmendi (ausente por estar de viaje) se llevó el premio a Mejor director por Independencia y En boca cerrada. Por otra parte, en los rubros técnicos ganaron Tito Egurza, por la escenografía de El padre; Gonzalo Córdova, por las luces de Todas las cosas del mundo, y Alicia Levy, por su vestuario de Operación Otelo. La revelación fue Juan Santiago (Todas las cosas...) y el Mejor espectáculo extranjero fue The Funamviolistas.

También hubo menciones especiales a El excéntrico de la 18 por sus 30 años de actividad, el Centro Cultural Recoleta, el grupo La Runfla y el FOT (Festival Ópera Tigre).

sábado, 3 de junio de 2017

Entrevista para Nueva Sion

Sebastián Kirszner
De El Ciclo Mendelbaum a La Shikse
Joven porteño y talentoso director de teatro. Dramaturgo, actor y “casi músico”. Docente en su espacio teatral La Pausa. Inteligente, lúcido y desafiante a la hora de interpelar al público. Creativo en la construcción de su propio lenguaje teatral. Militante minimalista de lo escenográfico y maximalista en el desarrollo actoral y escénico. Apela a su arte para encontrar respuesta a inquietudes actuales sobre su identidad judía. Rupturista y respetuoso. Biográfico y ficcional. Quizás sin saberlo y sin quererlo se inscribe como un vanguardista de lo que podríamos llamar “la génesis de nuevo teatro judío” Creador del musical “El Ciclo Mendelbaum” (2016) y “La Shikse” (2017) ambas abordan temáticas judías que se reflejan en el “colectivo judío porteño”. Un personaje que merece ser conocido no sólo por medio de esta entrevista, sino a través de sus obras.
Por Enrique M. Grinberg
-¿Te definirías como un dramaturgo judío o un judío que escribe dramaturgia? ¿Por qué?
-¡Qué buena pregunta! Ya arrancamos muy arriba. Me defino como un dramaturgo en primer lugar. Creo que de alguna manera estoy institucionalizado en el teatro. Hoy mi actividad más deliciosa es esa, digamos. Como me defino en primer lugar, incluso te diría más director que dramaturgo. Porque dentro del teatro me considero más un director que escribe que un escritor que dirige. Después en torno a lo judío me aparece como una pregunta, digo. Yo me considero judío obviamente. En torno al judaísmo estoy en un momento de pregunta, eso es lo que se manifiesta en mis obras. Como el qué es ser judío hoy, cómo yo me encajo en la definición de judío. Si hay una posibilidad de armar una nueva definición, o no. Es una pregunta, no podría ubicarme en una certeza.
-¿Vas encontrando alguna respuesta o punta a seguir?
-Sí, sobre todo atravesando al teatro con el judaísmo. Los últimos años no estuve activando y mi vínculo con el judaísmo es a través de lo familiar, de juntarme en una cena de Pesaj, de ir a visitar a mis viejos, como si eso fuera el judaísmo. Con el teatro me pude reencontrar con una parte que tiene que ver conmigo. Aparecen temáticas y un imaginario que tiene que ver con lo judío, que soy yo, pero ficcionado. Entonces no voy a un templo un viernes pero hago una obra de temática judía y conecto con algo de lo sensible.
-El teatro tiene mucho que ver con el pueblo judío. Viajo con frecuencia a las colonias judías de Entre Ríos y siempre te encontrás un salón con un escenario o un teatro. Por ejemplo, cuando estuve en Moisesville quedé impactado con el Teatro Kadima. Se contaba que antes de estrenar en Nueva York las obras del teatro en idish venían a probarlas si funcionaban bien en Moisesville. Si funcionaba en Moisesville iba a funcionar en Nueva York, ya que el público de la colonia santafesina era muy culto y erudito en idish. También en otras circunstancias, como ser en la Shoá, se hacía teatro en Terezín, por ejemplo, donde se han representado y hasta se  estrenaron piezas teatrales y óperas. El teatro es parte de la vida judía desde hace muchos años.
-Así es, muy interesante lo que me contás.
-¿Cuál es tu experiencia y recorrido judío personal?
- Primero fui a Shule, al jardín en Bet El. Después pasé al jardín del Wolfsohn, en donde también hice la primaria. Después pasé a la ORT y allí en la secundaria activaba en un movimiento juvenil reformista y sionista de izquierda llamado Netzer.
-No sé si tenía una definición política y de izquierda…
-Puede ser. El movimiento transmitía una idea de lo grupal para mí y hoy siento que estoy muy tocado por eso en relación con lo que hago. Por lo menos un lugar con una posición sobre lo judío muy distinta a lo que yo conocía. Donde había algo del grupo por delante y la construcción comunitaria que no era tan de derecha.
-Lo colectivo por sobre el individuo…
-Claro, entonces ahí hay algo que me marcó. Esa fue mi última experiencia institucional. Después también di clases de música en colegios judíos, que fue como un primer puente laboral. Viste que hay veces que la propia comunidad te da la posibilidad, aunque sea sin título, te dice vení y sos el profe de música. Hoy en día a través del teatro.
-¿Conocés algo de la tradición teatral en idish de la Argentina? ¿Te sentís un continuador de la misma?
-La conocí a Paula Ansaldo, quien se acercó a mi teatro, mostrándome todo este pasado que yo no conocía. Me dio un montón de material y un poco aprendí de ella de lo que era el teatro en idish en Buenos Aires. También de una cierta brecha que hubo de muchos años, así me lo transmitió ella, digamos. Conozco acerca del IFT, también del teatro Ben Ami, cuya sala está por el Abasto.
-Existieron otros como el Soleil, Excelsior, Mitre...
-Sí, sí, pero si hay algo de toda esa tradición que me llega más cercanamente a través de Paula, y como una idea que me viene de lejos.
-¿Y te sentís un continuador de esa tradición? 
-No, para nada.
-¿Sentís algún vínculo?
-Siento que quizás es una idea de continuidad en las temáticas, como en algo del imaginario judío. Como así también puedo ser un continuador de cualquier autor judío en el mundo. Veo una obra de Woody Allen y no es que me siento un continuador de él pero digo… “¡ah! tiene que ver con algo de mi imaginario”. Pero en términos del lenguaje siento que siento que ahí hay una nueva búsqueda que yo no vi en otros por lo menos.
-Leiste algo de Sholem Aleijem, Bashevis Singer…
-No. (Germán) Rozenmacher es la única referencia que tengo como más estudiada porque ahora tengo una idea de hacer una obra de él. Mi próximo espectáculo va a ser una obra póstuma de él que se hizo acá en 1983, que se llama “Simón Brumelstein”. Hay algo, por lo menos en lo que investigué de él, en donde me identifico, porque él era una especie de “bicho raro” de la comunidad en su época. Incluso creo que una obra no se la dejaron hacer en el SHA porque de alguna manera ponía muy en falta a la familia judía. Mi búsqueda en lo teatral no tiene que ver en principio con lo judío, sino con lo teatral. Me acerco a la temática desde un lugar, mi familia judía. Y si tengo que contar una familia en el escenario, voy a contar mi familia.
-¿Cuál creés que es el público destinatario de tus obras, por lo menos en estas dos de temática judía? ¿Creés que hay una impronta muy judía entre los asistentes?
-Es una buena pregunta también. En general siempre creí que mi público era más un público promedio de treinta años con llegada al teatro o estudiantes de teatro. Por lo menos antes de estas dos obras ese era el público mayoritario en la sala. Hoy en día puedo decirte que veo los apellidos de las reservas y son un 95% judíos y generación 50-60.
-Tu mamá, madre judía, le avisó a las amigas…
-A las amigas y las amigas a las amigas. No está pasando con la Shikse lo que pasó con los Mendelbaum. Los Mendelbaum fue más variopinto el público y el público judío se sintió en una parte medio tocado. Incluso si vos leés las críticas en Alternativa Teatral de la gente, hay algunas personas enojadas. Sobre todo sale Paula Ansaldo a decir: “este es el nuevo teatro judío” y salieron todos estos viejos a decir “no, no, este pibe no hace teatro judío, es un irrespetuoso, como va a poner la muerte en el escenario”. Que tiene que ver más que nada con esas escenas, con laburar la muerte desde un lugar lúdico, que para nada es desde un lugar paródico. Siempre apunto a una construcción de un lenguaje, pero bueno, hay como una resistencia en ese tema en particular.
-Hace muchos años entrevisté a Enrique Pinti y él decía que sentía cuando había judíos en el teatro. Eso le gustaba mucho porque consideraba a los judíos como muy consumidores de cultura y en particular “teatreros”. Si les gusta la obra es garantía que me va a ir bien, decía.
-Hay diez funciones llenas, tengo todo el mes completo, es algo muy raro. La gente no tiene para llegar a fin de mes y vienen acá y se pelean porque no pueden comprar la entrada. Es algo atípico. Estoy agradecido por un lado, por otro lado me pregunto todo el tiempo acerca del público. Porque, bueno, esto está buenísimo este fenómeno, pero si no hago una obra judía no viene nadie, ¿entendés? O una obra de temática judía. Hoy fuimos a la ORT. Todos los años vendo funciones de mis espectáculos. Hay una obra que vengo ofreciendo desde hace tres años que es “El casting”. Te digo que es una de mis obras que más me representa. Cuando la hago acá no viene nadie, quizás mis amigos y digo pucha... tengo que hacer obras de temática judía para que se llene la sala. Es difícil, el tema del público es muy difícil. Pero hoy en día “la Shikse” tiene un público así “de la cole”.
-Aparte, al público judío le gusta a veces ciertos lugares de incomodidad, donde uno es invitado a pensar y no se siente tan cómodo en la butaca. Hasta quizás a veces se mueve.
-Mirá. Lo que pasó con “la Shikse”, que a mí me sorprendió, es que no se implican tanto. Es como, bueno, hablan de otros judíos, no de mi familia. Todos entienden que hay un judío chanta, que te puede llegar a robar, pero no en mi familia. Eso pasa, entonces hay como una resistencia.
-¿Qué obras de teatro o musicales marcaron tu vida?
-¿Musicales? Claramente Hugo Midón. Hugo Midón fue mi primera aproximación al teatro. Cuando yo ví “Derechos Torcidos” dije, bueno, yo quiero hacer esto. De hecho mi primera obra fue un musical infantil. Hay algo como del manejo del lenguaje y del vínculo con el público infantil que tenía Hugo que era muy novedoso en el sentido que hay un respeto por ese público. Había muchas capas de lenguaje. Entonces el padre o la madre se divertía tanto como los pibes. Era realmente para toda la familia, era de verdad así. En realidad esa fue como mi única experiencia en el teatro musical. Respecto a obras de teatro mis mayores influencias en el teatro porteño son Ricardo Bartis por un lado, con el cual entrené y aprendí de él un poco como un modo de dirigir muy ligado a la actuación, muy ligado a la interacción de los cuerpos. Me pasó eso con Bartis como también con Guillermo Cacace, otro de mis maestros.
-El director de una gran obra con un gran trabajo actoral como es “Mi hijo camina un poco más lento” ¿no?
-Sí. Con él estudié dirección, entrené como actor también. Me acercaron una forma de actuación muy sensible, más ligada al entre, a los vínculos entre los actores, como esa tensión. Después desde lo musical, te decía, de chico tocaba la guitarra, había algo de la música que me convocaba. No como músico. No sabía en qué lugar y hoy entra por acá.
-¿Intentas ser crítico y/o provocador a una clase media, media alta o alta por medio de tus obras?
-Sí, sí, no hay duda. No hay duda. De hecho me sorprende que la gente no se pare y se vaya ofendida. Porque el final de “La Shikse” expone mucho.
-¿Por qué elegiste el género musical para presentar tus obras, existe algún vínculo con El violinista sobre el tejado? De hecho en el Ciclo Mendelbaum el abuelo cae del tejado al intentar arreglar una antena de televisión.
-Mirá, lo musical surge medio de casualidad, hace tres proyectos. Tengo un grupo más o menos estable, estábamos ensayando y de golpe Edu, que era el músico del momento, empieza a poner canciones. Había tres canciones en la obra y dije vamos a poner casi un musical. Era casi un musical y una ironía al teatro en general. Entonces dijimos, vamos a fondo con la ironía. Esta obra fue recontra legitimada en el campo musical. Nos dieron el premio “Florencio Sánchez”, hace tres años. Luego dijimos sigamos en esta, vamos cien por ciento con el musical que fue “los Mendelbaum”. Ahí armamos equipo con la coreógrafa, con un músico de verdad y bueno, fue como que se terminó de legitimar esa idea de que yo hago teatro musical. Pero en realidad salió medio de casualidad.
-¿Y el vínculo con El violinista sobre el tejado?
-La película la conozco, la vi. Es lo que te decía antes hay algo del imaginario que es transversal y universal a todos los judíos y tiene como el color, pero… en relación a lo del abuelo, por ejemplo, mi abuelo se cayó de la terraza también, así que hay algo ahí.
-Contanos un poco los ejes temáticos sobre los cuales trabajaste en el Ciclo Mendelbaum.
-Para mi hay algo que tiene que ver con las expectativas sobre los hijos y el deseo puesto como transgeneracionalmente. Entonces laburé con tres generaciones de una familia que son los abuelos, tíos, hermanos, primos y nietos. Me interesaba algo de este síntoma que pasa en las generaciones y uno de golpe no se da cuenta y está replicando con los hijos modos que hereda de los padres. Ese es uno de los ejes donde el tema circulaba en esos ejes. Después hay algo que siempre está presente que tiene que ver con lo teatral, con el juego de las convenciones, con la idea de un teatro pobre. Donde hay cero escenografía y la construcción del relato tiene que ver con los actores. Cómo el actor va generando convenciones que ahonden espacios y tiempos, el espacio-tiempo. La búsqueda está siempre presente, más allá de lo judío o no judío. Es como que atraviesa todas las obras. Como que forma parte ya de una identidad grupal o de búsqueda de teatro. En las clases con los grupos de teatro enseño eso, es lo que sé, es el modo de teatro que sé hacer. Después hay algo de lo familiar que aparece como tema, que incluso cuando arranqué a hacer “los Mendelbaum” recuerdo que lo primero que le dije al músico que haga música balcánica, cosa que queda más universal y los abuelos no hablaban en idish. Recuerdo que Paula (Ansaldo) me interpeló y me dijo: ¿por qué no hablan en idish la bobe y el zeide? Hacete cargo de tu obra. Me acuerdo que incluso yo le decía a Marie, que hace a la abuela: “pensá en una abuela italiana”. No, no, tiene que ser una abuela judía, me decía, entonces a partir de ahí le dije Marie así se habla en idish. Le empecé a mandar las frases grabadas, cómo hacer la bendición de las velas también, medio que ahí me hice cargo. Fue en el medio del proceso este donde Paula me dijo hacete cargo, hacete cargo de tu judaísmo en tu obra. Me dije: le voy a hacer caso y fui por ese camino.
-¿Qué quisiste significar con el hijo que se fue del seno familiar y su hijo “toro”?
-Bueno, para mí ese personaje es como la representación mía. Es como si te dijera que a partir de esos dos personajes (el padre del toro), y sobre todo en el toro, es donde puedo pulsar mi opinión. Viste que todos los dramaturgos o autores tienen un personaje que es el vector del deseo de ese autor. En este caso es el toro. Es como que un poco soy yo. Si yo veo otros personajes en quien me identifico es en el toro, que es el hijo que se corrió del mandato y va por otro camino.
-Lo interesante es que el toro termina sacrificado…
-Sí, ahí remite un poco a esa pregunta sobre lo judío, sobre si es posible generar una nueva forma de ser judío. Una forma de ser hijo, de ser sujeto libre e independiente que no tenga nada que ver con lo que nuestros padres nos enseñan o nos dicen... este es el camino… ahí está la pregunta. Quizás porque es donde me ha costado estos años moverme.
-En referencia a personajes del Ciclo Mendelbaum, ¿sos nostálgico del pasado? ¿Los abuelos europeos son parte de esa nostalgia?
-No, no soy nostálgico del pasado. Justamente creo que si algo tiene de impronta esta nueva forma de “teatro judío” es que no está ligada a la nostalgia. No soy nostálgico del pasado, sí soy respetuoso. Respeto mucho. Mis abuelos paternos son inmigrantes, hablaban en idish, eran polacos.
-¿En esos abuelos del Ciclo Mendelbaum representaste a los tuyos propios o a aquellos inmigrantes?
-No, los abuelos de los Mendelbaum son más la representación de mis abuelos maternos. Que viven y que están muy ligados a lo generacional y a juntarnos los viernes todas las generaciones hasta el 2001. Hasta ese año había una armonía, hasta que en el 2001 aparecen los quilombos de guita en la familia. Se disuelve la mesa de Shabat. Antes nos juntabamos todos los viernes en la casa de mi abuelo. Eso es literal con la obra.
-¿Ves la integración de los inmigrantes y sus descendientes como una pérdida de la propia identidad?
-Sí, pero también creo que es necesario. Vivimos en la Argentina, que es un país de inmigrantes e hijos de inmigrantes donde convivimos. Tenés dos caminos: o poder convivir con otro sin soltar tu identidad, o un extremo como son los religiosos que viven dentro de un gueto en un país. Creo más en la idea de lo interpersonal más allá de la religión, más allá de la orientación sexual. Somos pares, somos parte. Somos pares con la sociedad. Para mí es necesaria esa integración. Pero bueno, hay algo que es lógico también de que uno se va asimilando y va perdiendo algo.
-¿En este perder, crees que estás ganando algo en la búsqueda y en tus preguntas acerca de tu identidad judía?
-Sí, porque yo voy repensando mi identidad judía. Y sí, no dejo de ser judío. Pero las cosas que más disfruto son juntarme después de un ensayo a tomar birras con mi elenco y ahí lo judío no está presente. Digo lo judío es en mi intimidad y con mi familia, no se pierde. Tiene que ver con de dónde vengo yo.
-En este caso en particular es en la intimidad, con tu familia, con el público y en el teatro…
-Bueno, sí, es una forma de resignificar, mejor dicho. Siento que es muy difícil porque al mismo tiempo estoy muy solo en esa búsqueda. Porque no sé cuántos más hay en esta mezcla de judaísmo y teatro, debemos ser muy pocos.
-¿Por algo en especial situaste la obra en año 2001?
-Sí, tiene que ver con que en mi familia fue un caos de choreo interno entre hermanos. Y bueno, fue como que yo fuí testigo de eso. Como que fue mi primera aproximación al caos entre mi madre y sus hermanos. Fui testigo de cómo mi tía le decía a mi papá: “vos tenés un corralito en la cabeza”. Yo estaba mirándolos de arriba en una escalera y es un texto que metí en la obra. Al mismo tiempo a la gente le resuena porque creo que muchas familias fueron atravesadas por este tipo de conflictivas en donde se fue todo el país todo al carajo. Tenía 17 y fue mi primera aproximación a un caos social y bueno, hoy está en casi todas mis obras porque de verdad marcó mi imaginario.
-Vamos ahora a la Shikse. ¿Tan paraguaya como judía, no? ¿Cómo y por qué se te ocurrió abordar este personaje adoptivo en las familias judías de clase media, media alta y alta?
-Desde hace rato como que le tenía ganas a este tema. Crecí en una familia donde siempre hubo empleada doméstica con cama adentro.
-¿Shikses? ¿Cómo que cuesta nombrarlas no? La señora que trabaja en casa, la que ayuda con las tareas domésticas, la empleada, la chica…
-Shikses. Es como que tengo un montón de experiencias en torno al tema, porque vivían con nosotros siempre, hubo muchas. Al mismo tiempo dentro del judaísmo viste como que hay una forma muy peyorativa de decirles a la shikse. Que también no se implican tanto, es natural, la shikse. Me pareció una forma también de ahondar con la crítica. Vamos un poco para atrás. Cuando estaba con el Ciclo Mendelbaum sucedía mucho que había una parte del público, eso que te decía antes, que decía que eso no es teatro judío. Entonces ahí como que se profundiza la pregunta ¿qué es el teatro judío? La idea de que la shikse fuera ante a un Tribunal Rabínico y que sea el público ficcionado, eso me interesaba. Ficcionar al público, ese elemento a mi me disparó como algo de lo teatral. Como que hay algo de la ficción del público que se instaló como tema teatral, entonces podía ir a fondo con la pregunta. El público que de alguna manera legitima o no si eso es judío. Además ubica un personaje que es el último calificado para convertirse al judaísmo, si así pudiera.  Es como que “está la shikse por debajo del goy”, es como algo aberrante. Entonces me parecía como una paradoja o algo imposible.
-Casi tan aberrante como “el toro” en la otra obra…
-Totalmente.
-Si comparamos el Ciclo Mandelbaum con la Shikse, esta última interactúa e interpela directamente al público in situ. ¿Qué sentís que provoca esto en el público y en la propia actriz también?
-Para mí que hay algo como del entre, tomando por un lado el público y por el otro lado la actriz, que genera un vínculo muy tenso. Porque además es una sala muy chica y ella se mete literal en la platea. Tiene varios momentos la obra. Te digo dos antagónicos. Uno más festivo que es donde ella cocina knishes y la gente se ríe y dice: “mirá el knishe... yo conozco el catering”. Y el otro extremo que sería el final de la obra donde en un momento se ilumina al público, o sea, la última imagen de la obra es luz prendida en el público y ella sola en el sillón donde los puede ver a ellos y ellos obviamente la ven a ella. El público no sé si entera de esto porque es un artificio de luz. Pero la prendimos para que Marie, la actriz, vea el público y se deje interpelar por esa mirada. Que al mismo tiempo es un momento trágico de la obra. Esto es medio como una especie de secreto interno porque el público es iluminado pero no sé si sabe que está siendo visto. Porque en general en la convención del teatro, uno siente que está resguardado con la oscuridad. Este final es a propósito porque ese encuentro es en la obra.
-¿Qué siente la actriz en ese momento? ¿Qué te transmitió?
-Ella en ese momento hace que se vaya a fondo con lo que está pasando. Cada función es levemente distinta porque no hay dos iguales, pero a ella de golpe se le iluminan los ojos de las cincuenta personas y es un encuentro real. Es verdadero, no sé como decírtelo. Otro secreto que tenemos con la actriz es, aunque no voy a decir cuáles, para que el relato final, que es el trágico, esté bien y sea como crudo y bien desde sus entrañas, hay momentos reales de la vida de ella que están ficcionados metidos en el relato de Marie. Elegimos momentitos donde ella dice algo verdadero de su vida donde le toca la fibra personal.
-Hay que poder sostener la tensión de la obra, todo eso con acento paraguayo y algunas intervenciones en guaraní, y pasar del momento de Disney al momento que te pasa la pelota a vos como público. Te hace cómplice de la risa y después te pasa bien la factura. Por último quería volver a preguntarte si estás trabajando en alguna obra nueva, ¿podrás adelantarnos algo?
-Sí, como te comenté antes, estoy como tratando de entrar en el mundo de Rozenmacher. Hay una obra de él que es “Simón Brumelstein” que ya estoy oliéndola como para el año que viene, y ya tengo una tentativa sala que no es La Pausa.

viernes, 2 de junio de 2017

Entrevista con Daniel Gaguine



Al día de hoy, “La shikse” se convirtió en un pequeño fenómeno dentro de la escena del teatro independiente. Un humor corrosivo e inteligente forman parte de la última creación de Sebastián Kirszner, que retoma algunas costumbres de la colectividad judía para extenderla a toda la sociedad y reflexionar sobre el machismo, la discriminación y las clases sociales.

-Sebastián, ¿cómo surge “La shikse”?
- Forma parte de un recorrido grupal, que tiene siempre una pregunta sobre lo teatral y el lenguaje. Lo vengo arrastrando de mi obra anterior, “El ciclo Mendelbaum” donde abordo el tema de “lo judío”. Me metí con esta temática de la cual no me había hecho tan cargo de estas cuestiones. Entonces se mezcla un poco esta búsqueda grupal con la temática que propongo desde la dramaturgia y la dirección.
Con “El ciclo Mendelbaum” había aparecido una dialéctica con el público que venía, mayoritariamente de la colectividad, que se erigía como un juez….

-Mirá vos…Que linda postura….je!.
- Si…Hoy tenes plataformas como Alternativa Teatral donde la gente comenta y de repente, son todos críticos. Hay un sector más grande del público –también más conservador-, más de derecha y consumidor de cultura, que decía “esto no es teatro judío”. Esto, en referencia a la nota que sacó Paula Sabates en Pagina 12 hablando de un “nuevo teatro judío”. Asi se armó este debate. Me pareció muy interesante tener otra resonancia con el público y sobre todo, la idea de hacer un público ficcionado. No es una variable con la que uno trabaje muy a menudo. A partir de eso, tomé a “La shikse” y preguntas como “¿qué es ser judío hoy?”. Asi aparece encarnado este personaje el cual, dentro de la simbología judía, es el último habilitado para convertirse. Ahí se arma la paradoja porque cumple con los rituales a la perfección, como cocinar bien knishes, bailar rikudim. Uno diría que se lo merece pero habrá que ver.

-Entonces, ¿qué sería “teatro judío”?
- Obviamente los rótulos son muy peligrosos pero como que hay algo del imaginario que se pasa de generación en generación. Me pasa que veo una obra literaria o una película (de los hermanos Coen, por ejemplo), que tiene algo bastante universal de las familias judías y hace que el fenómeno de identificación sea muy fuerte con, en este caso, la shikse. Los chistes (que no se si operan como chistes) o imágenes en las que el público siempre se rie. Esa es la identificación que se genera. Como si hubiera algo en el imaginario, que va circulando. Quizás eso definiría al teatro judío. La conflictividad con la madre, los mandatos, el “deber ser”, el “mi hijo, el doctor” llevado al extremo. Creo que va por ahí, por una cuestión temática que por procedimientos.

-¿Cuánto te llevó concebir y crear a “La Shikse”?
- No me detengo tanto en la dramaturgia. Soy más un director que escribe que un dramaturgo que dirige. No tengo una disciplina de gabinete, al estilo Kartún. Escribo un par de meses y me pongo a ensayar. En el ensayo aparece la obra, en el ida y vuelta con los actores. Si lees los textos originales y las puestas, vas a ver que hay una gran diferencia.

-¿Siempre pensaste en Mariela Kantor para el personaje?
- A Mariela la conozco desde hace diez años o más, cuando me empecé a formar en la escuela de Hugo Midon. Mi primera obra fue “El mate”, un musical para niñosl. Ella era parte de otro elenco con el que compartimos el director, Gabriel Zain. Eramos de la familia de los “midonianos”. La conocía de pasillos y fui a ver su espectáculo. Después vino a una función de “Los Mendelbaum”. Hubo una buena empatía de laburo y quedó la idea de hacer algo juntos. Ahí me llevé la idea que era una candidata a la shiksepero no era parte de mi grupo. Para mí, hay algo de ese código que se construye con los actores que es muy a largo plazo. Era un riesgo que ella entrara. Le dije que íbamos a empezar a ensayar pero que era una prueba para ambos lados. “Vos me probas a mi y yo te pruebo a vos”. Si había empatía y magia, se seguía. Esto que le dije, la interpeló bastante y al día de hoy, me lo sigue recordando, por la sinceridad del planteo.
Empezamos a laburar juntos y encontré en ella no solo a una actriz brillante a nivel lúdico y compositivo sino también una disciplina de trabajo impecable.

- Los Sucovsky que van a Florianopolis y Maceió pero no van a Israel. ¿Por qué?
- Es una buena pregunta. No lo pensé realmente pero si vos me preguntas si ahora lo incluiría, puede ser. Es interesante pero realmente no lo pensé. Si aparecía como un elemento de construcción del ensayo, sería muy importante para María ir a Israel. También creo que este tipo de familia como los Sucovsky…no se si su “sueño” es ir a Israel.

-Nos estamos metiendo en un tema candente…
- No sé si hay una identidad sionista en este tipo de familias. Hay un orgullo por ser parte de la Diáspora también. Al mismo tiempo, quizás se va a Israel una vez en la vida. No me detuve a pensarlo. En el judaísmo porteño, ¿qué tan relevante sería Israel? Lo es de manera más inconsciente….Pienso en mis viejos. Para ellos, les ofreces Miami o Israel y agarran Miami.

-¿Qué te dice la gente cuando termina la obra?
- La mayor sorpresa –y es otro elemento que tomo a consideración para seguir investigando- es la reacción de la gente más grande respecto a mi edad. Piden conocer al autor, como si fuera una entidad suprema. Ven que tengo la edad de sus nietos y se quedan. Eso me impacta mucho. También me interesa generar un puente generacional. Siempre uno piensa que lo viene a ver gente de la misma edad pero si se puede realizar ese puente, es uno de los máximos logros cumplidos por esta obra.

-Sorprenden las risas del público…
-Eso es muy curioso. Hay algo medio defensivo del público. Sería como “hablan de otros, no de mi”. No se hacen cargo de un estereotipo que encarnan muy bien. Escucho los comentarios y digo “son todos como mi vieja”. También se dio que en una función, una señora le dijo una palabra en idish a María, que le dijo “No entiendo lo que decís”. Es esa necesidad de histroinismo y visibilizarse. Una especie de “somos judíos y venimos a apoyar al arte”. Para mi, la risa es defensiva. No me atrevería a decir que “La shikse” es una comedia. De ahí la pregunta “¿De qué se ríe la gente?”.

-¿Te llegaron a acusar de “antisemita”?
- Si. No con esa palabra pero hubo algún cuestionamiento. En “El ciclo Mendelbaum” hay algo de ficcionar la muerte y se encuentra con un público, en su mayor parte, gente grande, que no es tanto de ponerse a la defensiva sino de manera agresiva. Hubo una función en particular que hicimos en una comunidad para espectadores de 60 años promedio. El público se enojó con la obra. En un momento, se paró un señor para irse. Cuando sale, me mira y me dice “Debería darte vergüenza”. Pegó un portazo y se fue.
También hay algo que la comisión de AMIA está llevada adelante por religiosos y ya van dos ocasiones en las que me acerqué a buscar algún tipo de apoyo pero me dicen que no. De hecho a “El ciclo Mendelbaum”, vino la representante de cultura –que no es religiosa- y me dijo que no. “Me gustó la obra pero no pasa”. Con “La shikse”, olvidate.

-Después de “Mendelbaum”, con “La shikse” subiste la apuesta.
- Si, pero como vengo de familia judía, tengo un “changüí”. Como que me habilita un poco más a hacer una crítica. También ayuda que todas las miradas legitimantes digan que es un teatro judío. Una cosa es lo teológico pero otra es lo teatral. No me corras por ahí porque tengo mis argumentos. Te podrá gustar o no pero eso es otra historia.

-Por otra parte, “Mendelbaum” ya ha hecho su trayecto…
- Si! Ya hemos cumplido sesenta funciones. Un año exacto. Hicimos muchas funciones en colegios. Los “Mendelbaum” es un grupo grande. Somos una cooperativa de diecinueve personas que estamos en una sala de cuarenta. Tenemos una muy buena organización de cooperativa. Lo grupal, además de estar vinculado a esta búsqueda del lenguaje, también se vincula a lo organizativo. Hay una comisión de producción, otra de difusión. Es un pequeño kibutz. También hay algo del amor por la obra, concebida de manera horizontal. La sala se llena por el boca en boca, el empuje del año pasado y por el laburo que se hace entre todos.

-Además, obtuvieron una gran cantidad de premios.
- Es cierto. También pasó algo con “Rats” la obra anterior. Nunca estuve tan seguro que fuera lo musical lo mio. De repente, alguien vino y dijo que era un musical. En el caso de “Rats”,  de los seis actores, solo uno afinaba. En cierta medida, ”Rats” sería la precuela de “Mendelbaum” por el recorrido en torno a lo musical. En  "Mendelbaum" ya había alguien encargado para dirigir esa parte asi como una coreógrafa. Me armé más en ese sentido.

-¿Fue “Rats” la obra bisagra en tu carrera?
- No. Diría más que nada, “Azulejos amarillos” porque ahí encontré los actores que terminaron formando este grupo que participó en “Rats” y “Mendelbaum”. En términos de lo grupal, si. En términos de teatralidad, fue “Rats” el comienzo de una búsqueda ligada a lo musical y a lo lúdico. Allí es donde se produce ese ida y vuelta entre los actores que es lo nutritivo de los espectáculos. No podría pensar las obras sin ellos.
En el caso de “Azulejos” fue un trabajo de ensayo puramente actoral. El texto era una excusa como encuentro. Más allá de como salió la obra, hubo algo del vínculo con los chicos que inició un recorrido. A finales de ese año, les dije que iba a escribir para ellos.

- Con “El casting”, tuviste muy buena recepción.
- Si, pero tuvo dos momentos. Uno, cuando la hice en el 2010 y después volvió con la apertura de La Pausa. Podría decir que es la obra que más quiero. El origen del texto fue asi. Escribí un monólogo en el taller de Argentores. Era de cuatro hojas. Después lo hice obra. Me junté con Luciano Casaux, Alejandra Marina Alvarez y Daniel Gamal. Fue una búsqueda placentera, como un caos que se ordenó. Es la primera obra que me corresponde eticamente. Al mismo tiempo fue publicado en una antología de Elsa Drucaroff en el marco de nuevas narrativas emergentes. Después empezaron a sucederse un montón de cosas que tenían que ver con “lo emergente”. Creo que esto se relaciona con una “dramaturgia nueva” que no se bien como definirla. Me parece que aglomera a una cuestión etaria ya que en ese momento tenía 25 años.
Después fue también parte del comienzo de La Pausa. Estrené el espacio con esta puesta pero ya con mi grupo. Quizás por eso tiene un valor efectivo muy grande.

-En el medio estuvo “Las memorias de Blanch”….
- Si, que fue una cooperativa conflictiva. Apareció en la obra esto y se sumó una crítica negativa que salió en La Nación que hundió bastante al proceso. Era todo medio turbio.

-¿La volverías a hacer?
- No. Tengo un recuerdo un tanto oscuro. Uno va aprendiendo todo el tiempo como dirigir. Parte del proceso como dirigir es el encuadre. El proceso de “Blanch” me dio un montón de señales que tendría que haber tomado y frenado el proceso. Uno tiene la idea que, con el estreno, se acomoda todo. No es así.

-Recién hablaste de “nuevas dramaturgias” que no siempre implican un quiebre con respecto a lo que se ve. Al tener esa denominación, ¿no deberían proponer otras búsquedas?
- Personalmente creo que “hay que matar a los padres”. Todos nos formamos con Kartún, Tantanian, Bartís, etc. Entrenamos todos con los mismos. Vas al teatro y lo que te gusta se parece a la generación anterior. No creo que haya “nuevos padres”. También hay que ver qué sucede con el público. Con “La Shikse” estoy recibiendo un público no institucionalizado en lo teatral. Es público-público, pero no es un público joven. ¿Qué pasa con los jóvenes? ¿Qué pasa con la gente común que no se acerca al teatro? ¿La gente de menos de 30 años no va al teatro? Ahí hay que preguntarse qué sucede. Van al cine u  obras más comerciales pero no van al independiente. Quizás lo podemos responder en algunos años.

-¿No está muy elitista y/o solemne el teatro?
- Estando ahora como curador de sala, me cuesta mucho programar espectáculos que vengan de afuera. Recibo un montón de carpetas y muy pocas me convocan. El teatro debería ser movilizante. Debería generar algo que no genera Netflix. Tener alguna cualidad instintiva por la que siga existiendo.


-¿Cómo son los cinco minutos después que termina “La shikse”?
- Nos comemos los knishes que sobran. Tomamos una cerveza. Esa es la ventaja de ser locales. O vamos a La Continental. La verdad, es el momento que más disfrutamos.

-Me olvidaba de preguntarte por ese trono multiuso con el que interactúa María…
- Aparece por la búsqueda de este teatro pobre, con un espacio muy chico. Hay una construcción de la actuación que suplanta la falta de escenografía, vestuario, etc. Esto, en relación a nuestra búsqueda y a la falta de recursos. La primera obra que hice, “El mate”, era un infantil en el que había un gran mate en el cual vivía un genio del mate. Se abría y ahí tenía su casa y demás. Creo que el hecho de estar trabajando con Mariela era una vuelta a esos comienzos. Me gustaba usar el objeto multifuncional.

-Si por la puerta de La Pausa, entrase el Sebastián que recién estrenaba “El casting”, ¿qué le dirías?
- Le diría que baje la ansiedad. La posta de la vida no va por donde crees que va. Se lo tiro asi, como sentencia. También le diría que baje el narcisismo. En ese momento, estaba justo en una transición. Estudiaba medicina y estaba a punto de dejar esa carrera por lo que tenía una necesidad imperiosa de ser reconocido como teatrista. Era como si te dijera que, cuanto más cantidad de “likes” que tuviese en Alternativa Teatral, más cerca estoy de lograrlo. No va por ahí la cuestión. Va por la vivencia, el transitar el momento. Nadie te corre realmente. Es en esa ansiedad donde no me permití frenar lo que ocurrió con “Blanch”. Hay que frenar y ver que ocurre. Si uno persigue solo la legitimación, es muy vacio.

“La shikse”. La Pausa Teatral: Av. Corrientes 4521. Sábados, 19 y 21 hs.
“El ciclo Mendelbaum”. La Pausa Teatral: Av. Corrientes 4521. Viernes, 21 hs.