José María necesita de un amigo. Es un actor que quiere actuar y apela a un compañero de ruta al que la fortuna le ha sonreído y convertido en un empresario exitoso. Hace cola frente a su mansión y se muestra frente a la cámara de seguridad como si estuviese haciendo una presentación para obtener un bolo o similar.
Lo parece como una propuesta sencilla, de a poco va planteando interrogantes que, si bien se parte de cierto universo de los actores, se hace extensible hacia otras aristas. En una puesta de tres personajes + el omnipresente, del otro lado de la cámara, José María busca el golpe de KO (o de suerte), después de venir perdiendo ampliamente por puntos, en la pelea de un trabajo remunerado como actor. No obstante, él se sabe de dotes actorales (“actúo Shakespeare”, dice en algún momento) pero no ha tenido “suerte” en su devenir profesional. La intervención de una joven en la escena le permite interactuar con ella, ubicándose en un lugar en el que no reconoce una realidad que lo abruma pero que hace todo lo posible por sobresalir en pos de obtener su objetivo. Un fin que justifica los medios frente a la cámara que todo lo ve y evalúa, detrás de una reja mínima en su tamaño pero enorme en la carga simbólica que trae. Él allí y nosotros aquí, aunque ese nosotros sea representado por el público. Y es paradójico que quien nos considera “existoso/a” tenga esa visión de uno cuando, en realidad, no es necesario que sea asi.
La buena escenografía con la que cuenta la puesta destaca el detalle del monitor que ayuda y presenta la situación de varios focos. La dramaturgia es rica y da rienda suelta a estas diversas capas en las que juega con lo inverosímil tratando de jugar con la pasión del actor, la carnicería que es la búsqueda del papel que nos salve asi como una parodia a la sensibilidad del actor. Allí es cuando se diluye la línea que separa el actor del personaje para convertirse en aquello que es y como tal, su implosión será una metáfora de los deseos truncos para cualquier persona que quiso y no pudo desarrollarse en los distintos ordenes de la vida.
Luciano Casaux lleva adelante una actuación estupenda, cargando con casi todo el peso de una puesta que va más allá de la risa que podría llegar a causar, aunque esta no sea su finalidad. Alejandra Marina Alvarez y Daniel Gamal Hamed complementan con sapiencia a Casaux, la primera como la joven que interrumpe en todo momento pero que oculta una cara desconocida y el segundo como el músico creador de climas de la obra.
“El Casting” salta del deseo de un actor para penetrar, con ironía y sarcasmo, distintas capas de individuos tan reconocibles en el espejo de la vida que, por más que este se rompa, irá más allá de solo siete años de mala suerte…
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