martes, 7 de agosto de 2012

"Las miserias de un actor" por Julio de la Hoz O´Byrne


“Tengo mucho para dar”, dice José María. Pero no lo llaman después de las audiciones. Sabe de técnica, de método, conoce monólogos de Shakespeare y además escribió un guión. Después de tantos rechazos, piensa que tal vez él no tiene lo que la sociedad busca. Está cansado del trabajo en cooperativas y de vivir sin un centavo.
‘El casting’ se centra en la frustración de alguien desesperado por un trabajo en el medio teatral o televisivo. Y hace que nos preguntemos: ¿cuántas de las personas que sueñan con ser actores llegan a vivir dignamente de la profesión? José María tiene 49 años, muchas cuentas por pagar y una ex esposa que no le deja ver a su hija a causa de sus pocos aportes económicos.
Un día pasa por la puerta de Ricardo Rosenburf, antiguo compañero suyo en obras del “off”, que ahora produce éxitos en la Avenida Corrientes y programas de televisión. Aprovecha la supuesta casualidad para tocar el timbre y pedirle trabajo. Pero el hombre no lo atiende, lo hace esperar, mientras José María se desgasta en demostrar su talento.
Una reja divide al público del escenario (somos la fachada de la casa del productor), y un pequeño televisor, conectado a una cámara, nos muestra primeros planos de los actores. ¿Es acaso la seguridad de la mansión Rosenburf? Este condimento, sumado al espacio reducido, aumenta la sensación de intimidad del montaje.
Así, el público asiste a una prueba, un casting en que el actor debe responder con lo mejor de sí, tal vez improvisar, y hasta desnudarse para obtener un papel. Aunque José María no es pretencioso: a medida que transcurre la obra, el desespero aumenta y nuestro personaje fracasado revela que se conformaría con un trabajo en producción, de asistente de cámara, tal vez.
Sumada a la angustia e incertidumbre de si será atendido por el magnate, aparece Julia, una mujer que también desea ser actriz. Se hace la tonta y sonríe todo el tiempo con un aire de ingenuidad que raya por momentos con una perversidad cómica.
Y al fondo, siempre presente, otra mujer. Vestida de jardinera, toca un pequeño piano-flauta y un violín. No habla, pero a través de gestos hace evidentes las opiniones sobre lo que pasa con José María. Como si estuviera ahí para recordarnos que el actor está siendo burlado.  Este condimento aleja definitivamente a la obra del realismo y le brinda al espectador la oportunidad de distanciarse para entrar en las reflexiones que propone la escena: el constante esfuerzo del actor por buscar “laburo”, la inestabilidad de los trabajos efímeros y la televisión como salida más convincente para ganar dinero y vivir con lujos de la actuación.
El humor de los personajes, la música en vivo y los constantes cambios en las situaciones, que van de lo cómico a lo trágico, pasando por lo patético, mantienen al espectador atento durante los 60 minutos de la función.
La obra, que se presenta todos los sábados a las 22 horas en el teatro Entretelones, maneja un crescendo de delirio y locura, en el que siempre está de fondo la reflexión sobre un oficio tan incierto como apasionante: el oficio del actor.

0 comentarios:

Publicar un comentario