martes, 7 de agosto de 2012

leedor.com


Un buen guión y métodos de actuación no son suficientes para lograr el éxito en el mundo teatral. Parece que hay que atravesar la frontera entre Under y comercial, sumando a eso buenos contactos. 

José María decide emprender ese camino y durante largo tiempo, en el portal de la casa de un exitoso productor, sus peripecias lo llevarán a situaciones límites propias de un héroe trágico.
La reja infranqueable de la mansión y la soledad del actor no son motivos para la duda, por esta razón nada deniene a José María que cuando elije tocar el timbre, su última carta entra en juego. Como si la búsqueda del éxito y el deseo de vivir del teatro se conviertan en la Hybris de cualquier actor under bonaerense que decide cambiar su futuro... 

Con conocimiento pleno de la cuestión y ante la posibilidad de que varios espectadores se sientan identificados con la problemática, Sebastián Kirszner ( director- dramaturgo) no deja cabos sueltos y aborda todos los aspectos del tema: desde la subjetividad del actor y las relaciones de poder del sistema teatral hasta las vínculos familiares y entre colegas.

De esta manera, por medio de la tragicomedia 3 personajes se encontrarán relacionados sin motivo alguno y a pesar de que el azar sople en contra no faltará astucia para resolver pequeños conflictos y así volver a tocar el timbre nuevamente.

Desde la dramaturgia, resulta acertado conjugar 3 personajes en diferentes registros. En primer lugar podemos hablar de un personaje absurdo como lo es el jardinero- músico que comunica a partir de los gestos. No sabemos por qué, ni cómo es parte de la escena, pero de alguna manera sus melodías marcan el ritmo y los cambios de clima. Es destacable la composición que realiza Gamal Hamed.

Luego, José María, un personaje trágico conducido y desbordado por sus pasiones hasta convertirse en un personaje patético. Su contrapunto resulta ser Julia, una transeúnte que pasa por allí y por esas casualidades de la vida resulta también ser actriz. Ella le imprimirá a la obras el histrionismo y el humor por momentos cómplice y también obstáculo del objetivo de José María.

Y por último una voz en off y un personaje omnisciente resultan el emblema del poder. Tanto la empleada de la mansión y el señor Rosemburf , quien es nombrado y nunca visto u oído, sostienen la intriga y el devenir de la acción.

Con una escenografía austera, la preeminencia de algunos objetos resultan la única conexión que existe entre el afuera y el adentro. Una cámara de seguridad y una reja se transforman en protagonistas por el valor metafórico que se va construyendo a partir de las relaciones de poder. 

La cámara es el único ojo evaluador, por este motivo el registro de la acción en vivo y en directo es la manera de realizar el casting una y otra vez hasta convertir en obsesión el estar dentro de cuadro.

El manejo del sonido completa el juego escénico con gran originalidad ya que se recurre a melodías familiares para el espectador interpretadas con una pianola y una guitarra. 

También se utilizan composiciones redundantes a modo de leiv-motiv que refuerzan el sentido patético que va adquiriendo la acción para llevarnos de la carcajada y la risa cómplice hasta la reflexión de sobre qué nos reímos.

El casting- un actor fuera de cuadro- es una obra entretenida para pensar la realidad del quehacer teatral y las relaciones de poder que encierra el sistema. Con un final inesperado y de sabor amargo el resultado va más allá de lo meta teatral sin abandonar el intento de desmitificar el mundo de las cámaras, las luces y los grandes escenarios.

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