martes, 3 de septiembre de 2013

Crítica a "Azulejos Amarillos", por Alejandro Surroca


Azulejos amarillos, escrita por Ricardo Dubatti y dirección de Sebastián Kirszner, es una obra que nos conecta realmente con la historia del teatro. Me animo a ampliar el espectro y mencionar al arte; pues no sería del todo correcto reducir la curiosidad y la pasión que suscita el arte a cualquier tipo de historia humana.. tal vez sea éste otro de los grandes misterios del universo.

Estamos en el subsuelo del Camarín de las musas (Mario Bravo 960), eso empieza a significar algo: que la experiencia de estar probando la panacea del tiempo; el ingreso al imperio de la alteridad proporcionado por el teatro, adquiere una sensación insondable. Y en aquellas tierras del Hades misterioso, fisioplástico y como de juguete, nos hallamos ante la presencia de dos músicos junto a lo que comúnmente llamamos un...inodoro.

Mientras el conversador (que para la terminología teatral es un espectador sin espectar) prolonga indebidamente su rutina en esas oscuridades, sin haber caído todavía en el primero de los encantamientos, a saber: me siento ante una postal, una síntesis, un azulejo dispar, amarillo, donde los elementos de la vanguardia histórica evanescen en una especie de segundo sueño.

El espesor impresiona y no sabemos ya a cuantos metros estamos de teatro ahí dentro. Será con la llegada de los plomeros que empezamos a adivinar una situación de carácter meta teatral (y que ya era meta textual): éstos han venido por la reparación del baño de un teatro que está en proceso de construcción. Aquellos músicos pertenecientes a una obra de teatro se encontraban ensayando en ese preciso momento. En el baño, si.  

El humor y la música se imponen como apóstoles creíbles que propagarán todo el sismo de sensaciones y reacciones tras la máscara oscura del espectador, es decir del conversador que no conversa, al menos por unos cuantos minutos.

Una comedia musical y “absurda”, si se puede utilizar éste término, puesto que serán un tanto vanas aquí  las sugerencias que liguen la obra con el teatro del absurdo. Éste ha sido también un género histórico y por lo tanto deben tomarse en consideración algunas cuestiones. El horizonte de expectativas (usando las consideraciones de Hans Robert Jauss sobre la recepción) para con los géneros de posguerra; la fusión de horizontes entre la mostración en escena y la mirada del espectador, ya no es la misma. No es un hecho menor, al contrario, es por demás interesante. Hoy podemos afirmar por ejemplo y para tomar uno de los rasgos absurdistas-beckettianos (el de quebrar la narrativa aristotélica en el acontecer de los personajes, produciendo ese frustrante vagar comunicativo y físico que los lleva a su inevitable descomposición) que la “acción” de esperar ha cambiado notablemente. El de hoy en día es un hombre que, lejos de estar devastado y perdido en un mundo sin rumbo, busca desesperadamente la solución a los problemas (nimios?);  un ser devenido banda ancha que llega a sentir intolerable hasta el propio hecho de ingresar en aquel único espacio donde se lo somete (porque el teatro es alquimia, y hasta el atroz concepto de sometimiento se torna positivo) a la enajenación de todos sus dispositivos. La obra parece tomar consciencia de esta situación, y esa espera (la de los músicos por tocar en la función, la de los albañiles por “llenar el tiempo laboral” y cumplir sus sueños y esperanzas) es una espera dinámica, entretenida gracias a los mecanismos de la música y el humor antes mencionados. No es un humor cínico, amargo, de resignación ante el estatismo improbable del futuro.

Agregamos a estos el trabajo lingüístico, delirante, poético, ingeniosamente entretejido; los personajes, que segregan instancias, retazos (como diría Strindberg) de varios seres, ya no solo de sus caracteres sino también de otros paradigmas textuales. El universo imaginario se expande.

Es también un gran trabajo de intertextualidad: reminiscencias al teatro de Apollinaire; existencia de una especie de falso “macguffin” (extraña paradoja! puesto que los azulejos amarillos no son ningún pretexto para contar esta historia si se cree fielmente en la fantasía y la imaginería poética de la vida) a lo “pulp fiction”, donde las hipostasis del sentido del hombre y el espíritu velarán por siempre en una maleta; y el personaje que interpreta Augusto Ghirardelli, recordando la gestualidad y los movimientos en el cine de Jacques Tati; el teatro de Shakespeare eternizado en su imagen (para la Industria Cultural todo lo vale por igual, así como la Mona Lisa puede proporcionarte placer también mientras bebés tu vaso de café, el dramaturgo inglés se convierte aquí en un destapador de coca colas!)

Finalmente salía extasiado de ensueño. Gobernado por sustancias alquímicas seguía sin ser visto, obnubilado por una imagen que no se iba del todo. De esa manera subía ahora por las alturas de la realidad, lo que provoco que tuviera varios traspiés, y un regreso no del todo placentero.

Recomiendo ir a ver Azulejos amarillos

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