martes, 2 de agosto de 2016

Crítica para La Nación ****Muy Buena

Una pesada herencia familiar

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PARA LA NACION
DOMINGO 31 DE JULIO DE 2016
Una propuesta alejada del realismo
Una propuesta alejada del realismo. Foto: LA NACION / PRENSA
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EL CICLO MENDELBAUM (100% musical) / Llibro, iluminación y dirección: Sebastián Kirszner / Música: Sebastián Aldea, Eduardo Lázaro /Intérpretes y músicos: Mariela Rey, Mauro González, Ignacio Goya, Magui Figueroa, Julieta Puleo, Luis de Almeida, Augusto Ghirardelli, Daniel Ibarra, Belén López Marco, Sebastián Marino, Eduardo Lázaro / Dirección musical: Sebastián Aldea / Coreografía: Fabiana Maler / Vestuario: Mariela Rey / Escenografía: Lola Gullo / Sala: La Pausa, Corrientes 4521 / Funciones: Sábados, a las 22.30; y domingos, a las 20.30 / Duración: 75 minutos.
Nuestra opinión: Muy buena
Dentro del universo de los creadores teatrales jóvenes, uno de los nombres que destaca como director y dramaturgo es el de Sebastián Kirszner. Sus obras tienen, dentro de cierto delirio que las caracteriza, un estilo reconocible y consistente. En El Ciclo Mendelbaum, Kirszner retoma sus obsesiones y entrega una de las piezas más logradas de su producción.
Los Mendelbaum empiezan como un patriarcado regido por El Zeide. Los hijos se alejan de él, pero deberán juntarse para su funeral. Allí, comprenderán que la reconciliación familiar es imposible y volverán a separarse hasta la siguiente muerte del clan. Esa recurrencia de unirse ante los decesos y pelearse después parece poner en duda el paso del tiempo, son tres generaciones llamadas a repetir la misma historia una y otra vez. La salida parece estar en los nietos, los personajes jóvenes de Tití y Matías. Sólo que Matías es un toro (literal) que, como minotauro cretense, parece encerrado en un laberinto. Se resiste a educarse, se resiste a dar descendencia y sueña con una salida junto con su prima en una unión incestuosa y zoofílica que los parientes evitarán.
El espacio cuenta con una columna en la que se ven fotos familiares. Encima, el marco de un cuadro donde habitarán, incluso después de muertos, el Zeide y la Bobe. En esa síntesis que da el tótem familiar, la obra encuentra su poética. El ciclo Mendelbaum se encarga de no ser nunca solemne. Tiene canciones, coreografías y un humor desquiciado que no se detiene, escapa a la intención de dejar una moraleja edulcorada. Cuando amenaza con eso, se escapa por la tangente y lleva al espectador a la risa o al desconcierto desde la réplica ingeniosa, el juego de luces o la utilización de objetos. La pieza crea código constantemente, mezcla espacio y tiempo, pero mantiene claro el hilo del deseo de los personajes. Así, el espectador disfruta ver cómo cada pieza termina por caer en su lugar. Dentro del nutrido grupo de actores-músicos (y la música es aquí realmente buena), que entienden a la perfección el registro que la puesta pide, se destaca Mariela Rey como La Bobe. El vestuario es otro de los puntos altos de la propuesta.
Kirszner se aleja del realismo que abunda en el teatro independiente, de allí lo mucho que obtiene de un género altamente artificial como el musical. Sorprende el convencimiento con el que arma su obra, su confianza en un lenguaje que crea reglas propias a medida que la trama avanza.

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