viernes, 2 de junio de 2017

Entrevista con Daniel Gaguine



Al día de hoy, “La shikse” se convirtió en un pequeño fenómeno dentro de la escena del teatro independiente. Un humor corrosivo e inteligente forman parte de la última creación de Sebastián Kirszner, que retoma algunas costumbres de la colectividad judía para extenderla a toda la sociedad y reflexionar sobre el machismo, la discriminación y las clases sociales.

-Sebastián, ¿cómo surge “La shikse”?
- Forma parte de un recorrido grupal, que tiene siempre una pregunta sobre lo teatral y el lenguaje. Lo vengo arrastrando de mi obra anterior, “El ciclo Mendelbaum” donde abordo el tema de “lo judío”. Me metí con esta temática de la cual no me había hecho tan cargo de estas cuestiones. Entonces se mezcla un poco esta búsqueda grupal con la temática que propongo desde la dramaturgia y la dirección.
Con “El ciclo Mendelbaum” había aparecido una dialéctica con el público que venía, mayoritariamente de la colectividad, que se erigía como un juez….

-Mirá vos…Que linda postura….je!.
- Si…Hoy tenes plataformas como Alternativa Teatral donde la gente comenta y de repente, son todos críticos. Hay un sector más grande del público –también más conservador-, más de derecha y consumidor de cultura, que decía “esto no es teatro judío”. Esto, en referencia a la nota que sacó Paula Sabates en Pagina 12 hablando de un “nuevo teatro judío”. Asi se armó este debate. Me pareció muy interesante tener otra resonancia con el público y sobre todo, la idea de hacer un público ficcionado. No es una variable con la que uno trabaje muy a menudo. A partir de eso, tomé a “La shikse” y preguntas como “¿qué es ser judío hoy?”. Asi aparece encarnado este personaje el cual, dentro de la simbología judía, es el último habilitado para convertirse. Ahí se arma la paradoja porque cumple con los rituales a la perfección, como cocinar bien knishes, bailar rikudim. Uno diría que se lo merece pero habrá que ver.

-Entonces, ¿qué sería “teatro judío”?
- Obviamente los rótulos son muy peligrosos pero como que hay algo del imaginario que se pasa de generación en generación. Me pasa que veo una obra literaria o una película (de los hermanos Coen, por ejemplo), que tiene algo bastante universal de las familias judías y hace que el fenómeno de identificación sea muy fuerte con, en este caso, la shikse. Los chistes (que no se si operan como chistes) o imágenes en las que el público siempre se rie. Esa es la identificación que se genera. Como si hubiera algo en el imaginario, que va circulando. Quizás eso definiría al teatro judío. La conflictividad con la madre, los mandatos, el “deber ser”, el “mi hijo, el doctor” llevado al extremo. Creo que va por ahí, por una cuestión temática que por procedimientos.

-¿Cuánto te llevó concebir y crear a “La Shikse”?
- No me detengo tanto en la dramaturgia. Soy más un director que escribe que un dramaturgo que dirige. No tengo una disciplina de gabinete, al estilo Kartún. Escribo un par de meses y me pongo a ensayar. En el ensayo aparece la obra, en el ida y vuelta con los actores. Si lees los textos originales y las puestas, vas a ver que hay una gran diferencia.

-¿Siempre pensaste en Mariela Kantor para el personaje?
- A Mariela la conozco desde hace diez años o más, cuando me empecé a formar en la escuela de Hugo Midon. Mi primera obra fue “El mate”, un musical para niñosl. Ella era parte de otro elenco con el que compartimos el director, Gabriel Zain. Eramos de la familia de los “midonianos”. La conocía de pasillos y fui a ver su espectáculo. Después vino a una función de “Los Mendelbaum”. Hubo una buena empatía de laburo y quedó la idea de hacer algo juntos. Ahí me llevé la idea que era una candidata a la shiksepero no era parte de mi grupo. Para mí, hay algo de ese código que se construye con los actores que es muy a largo plazo. Era un riesgo que ella entrara. Le dije que íbamos a empezar a ensayar pero que era una prueba para ambos lados. “Vos me probas a mi y yo te pruebo a vos”. Si había empatía y magia, se seguía. Esto que le dije, la interpeló bastante y al día de hoy, me lo sigue recordando, por la sinceridad del planteo.
Empezamos a laburar juntos y encontré en ella no solo a una actriz brillante a nivel lúdico y compositivo sino también una disciplina de trabajo impecable.

- Los Sucovsky que van a Florianopolis y Maceió pero no van a Israel. ¿Por qué?
- Es una buena pregunta. No lo pensé realmente pero si vos me preguntas si ahora lo incluiría, puede ser. Es interesante pero realmente no lo pensé. Si aparecía como un elemento de construcción del ensayo, sería muy importante para María ir a Israel. También creo que este tipo de familia como los Sucovsky…no se si su “sueño” es ir a Israel.

-Nos estamos metiendo en un tema candente…
- No sé si hay una identidad sionista en este tipo de familias. Hay un orgullo por ser parte de la Diáspora también. Al mismo tiempo, quizás se va a Israel una vez en la vida. No me detuve a pensarlo. En el judaísmo porteño, ¿qué tan relevante sería Israel? Lo es de manera más inconsciente….Pienso en mis viejos. Para ellos, les ofreces Miami o Israel y agarran Miami.

-¿Qué te dice la gente cuando termina la obra?
- La mayor sorpresa –y es otro elemento que tomo a consideración para seguir investigando- es la reacción de la gente más grande respecto a mi edad. Piden conocer al autor, como si fuera una entidad suprema. Ven que tengo la edad de sus nietos y se quedan. Eso me impacta mucho. También me interesa generar un puente generacional. Siempre uno piensa que lo viene a ver gente de la misma edad pero si se puede realizar ese puente, es uno de los máximos logros cumplidos por esta obra.

-Sorprenden las risas del público…
-Eso es muy curioso. Hay algo medio defensivo del público. Sería como “hablan de otros, no de mi”. No se hacen cargo de un estereotipo que encarnan muy bien. Escucho los comentarios y digo “son todos como mi vieja”. También se dio que en una función, una señora le dijo una palabra en idish a María, que le dijo “No entiendo lo que decís”. Es esa necesidad de histroinismo y visibilizarse. Una especie de “somos judíos y venimos a apoyar al arte”. Para mi, la risa es defensiva. No me atrevería a decir que “La shikse” es una comedia. De ahí la pregunta “¿De qué se ríe la gente?”.

-¿Te llegaron a acusar de “antisemita”?
- Si. No con esa palabra pero hubo algún cuestionamiento. En “El ciclo Mendelbaum” hay algo de ficcionar la muerte y se encuentra con un público, en su mayor parte, gente grande, que no es tanto de ponerse a la defensiva sino de manera agresiva. Hubo una función en particular que hicimos en una comunidad para espectadores de 60 años promedio. El público se enojó con la obra. En un momento, se paró un señor para irse. Cuando sale, me mira y me dice “Debería darte vergüenza”. Pegó un portazo y se fue.
También hay algo que la comisión de AMIA está llevada adelante por religiosos y ya van dos ocasiones en las que me acerqué a buscar algún tipo de apoyo pero me dicen que no. De hecho a “El ciclo Mendelbaum”, vino la representante de cultura –que no es religiosa- y me dijo que no. “Me gustó la obra pero no pasa”. Con “La shikse”, olvidate.

-Después de “Mendelbaum”, con “La shikse” subiste la apuesta.
- Si, pero como vengo de familia judía, tengo un “changüí”. Como que me habilita un poco más a hacer una crítica. También ayuda que todas las miradas legitimantes digan que es un teatro judío. Una cosa es lo teológico pero otra es lo teatral. No me corras por ahí porque tengo mis argumentos. Te podrá gustar o no pero eso es otra historia.

-Por otra parte, “Mendelbaum” ya ha hecho su trayecto…
- Si! Ya hemos cumplido sesenta funciones. Un año exacto. Hicimos muchas funciones en colegios. Los “Mendelbaum” es un grupo grande. Somos una cooperativa de diecinueve personas que estamos en una sala de cuarenta. Tenemos una muy buena organización de cooperativa. Lo grupal, además de estar vinculado a esta búsqueda del lenguaje, también se vincula a lo organizativo. Hay una comisión de producción, otra de difusión. Es un pequeño kibutz. También hay algo del amor por la obra, concebida de manera horizontal. La sala se llena por el boca en boca, el empuje del año pasado y por el laburo que se hace entre todos.

-Además, obtuvieron una gran cantidad de premios.
- Es cierto. También pasó algo con “Rats” la obra anterior. Nunca estuve tan seguro que fuera lo musical lo mio. De repente, alguien vino y dijo que era un musical. En el caso de “Rats”,  de los seis actores, solo uno afinaba. En cierta medida, ”Rats” sería la precuela de “Mendelbaum” por el recorrido en torno a lo musical. En  "Mendelbaum" ya había alguien encargado para dirigir esa parte asi como una coreógrafa. Me armé más en ese sentido.

-¿Fue “Rats” la obra bisagra en tu carrera?
- No. Diría más que nada, “Azulejos amarillos” porque ahí encontré los actores que terminaron formando este grupo que participó en “Rats” y “Mendelbaum”. En términos de lo grupal, si. En términos de teatralidad, fue “Rats” el comienzo de una búsqueda ligada a lo musical y a lo lúdico. Allí es donde se produce ese ida y vuelta entre los actores que es lo nutritivo de los espectáculos. No podría pensar las obras sin ellos.
En el caso de “Azulejos” fue un trabajo de ensayo puramente actoral. El texto era una excusa como encuentro. Más allá de como salió la obra, hubo algo del vínculo con los chicos que inició un recorrido. A finales de ese año, les dije que iba a escribir para ellos.

- Con “El casting”, tuviste muy buena recepción.
- Si, pero tuvo dos momentos. Uno, cuando la hice en el 2010 y después volvió con la apertura de La Pausa. Podría decir que es la obra que más quiero. El origen del texto fue asi. Escribí un monólogo en el taller de Argentores. Era de cuatro hojas. Después lo hice obra. Me junté con Luciano Casaux, Alejandra Marina Alvarez y Daniel Gamal. Fue una búsqueda placentera, como un caos que se ordenó. Es la primera obra que me corresponde eticamente. Al mismo tiempo fue publicado en una antología de Elsa Drucaroff en el marco de nuevas narrativas emergentes. Después empezaron a sucederse un montón de cosas que tenían que ver con “lo emergente”. Creo que esto se relaciona con una “dramaturgia nueva” que no se bien como definirla. Me parece que aglomera a una cuestión etaria ya que en ese momento tenía 25 años.
Después fue también parte del comienzo de La Pausa. Estrené el espacio con esta puesta pero ya con mi grupo. Quizás por eso tiene un valor efectivo muy grande.

-En el medio estuvo “Las memorias de Blanch”….
- Si, que fue una cooperativa conflictiva. Apareció en la obra esto y se sumó una crítica negativa que salió en La Nación que hundió bastante al proceso. Era todo medio turbio.

-¿La volverías a hacer?
- No. Tengo un recuerdo un tanto oscuro. Uno va aprendiendo todo el tiempo como dirigir. Parte del proceso como dirigir es el encuadre. El proceso de “Blanch” me dio un montón de señales que tendría que haber tomado y frenado el proceso. Uno tiene la idea que, con el estreno, se acomoda todo. No es así.

-Recién hablaste de “nuevas dramaturgias” que no siempre implican un quiebre con respecto a lo que se ve. Al tener esa denominación, ¿no deberían proponer otras búsquedas?
- Personalmente creo que “hay que matar a los padres”. Todos nos formamos con Kartún, Tantanian, Bartís, etc. Entrenamos todos con los mismos. Vas al teatro y lo que te gusta se parece a la generación anterior. No creo que haya “nuevos padres”. También hay que ver qué sucede con el público. Con “La Shikse” estoy recibiendo un público no institucionalizado en lo teatral. Es público-público, pero no es un público joven. ¿Qué pasa con los jóvenes? ¿Qué pasa con la gente común que no se acerca al teatro? ¿La gente de menos de 30 años no va al teatro? Ahí hay que preguntarse qué sucede. Van al cine u  obras más comerciales pero no van al independiente. Quizás lo podemos responder en algunos años.

-¿No está muy elitista y/o solemne el teatro?
- Estando ahora como curador de sala, me cuesta mucho programar espectáculos que vengan de afuera. Recibo un montón de carpetas y muy pocas me convocan. El teatro debería ser movilizante. Debería generar algo que no genera Netflix. Tener alguna cualidad instintiva por la que siga existiendo.


-¿Cómo son los cinco minutos después que termina “La shikse”?
- Nos comemos los knishes que sobran. Tomamos una cerveza. Esa es la ventaja de ser locales. O vamos a La Continental. La verdad, es el momento que más disfrutamos.

-Me olvidaba de preguntarte por ese trono multiuso con el que interactúa María…
- Aparece por la búsqueda de este teatro pobre, con un espacio muy chico. Hay una construcción de la actuación que suplanta la falta de escenografía, vestuario, etc. Esto, en relación a nuestra búsqueda y a la falta de recursos. La primera obra que hice, “El mate”, era un infantil en el que había un gran mate en el cual vivía un genio del mate. Se abría y ahí tenía su casa y demás. Creo que el hecho de estar trabajando con Mariela era una vuelta a esos comienzos. Me gustaba usar el objeto multifuncional.

-Si por la puerta de La Pausa, entrase el Sebastián que recién estrenaba “El casting”, ¿qué le dirías?
- Le diría que baje la ansiedad. La posta de la vida no va por donde crees que va. Se lo tiro asi, como sentencia. También le diría que baje el narcisismo. En ese momento, estaba justo en una transición. Estudiaba medicina y estaba a punto de dejar esa carrera por lo que tenía una necesidad imperiosa de ser reconocido como teatrista. Era como si te dijera que, cuanto más cantidad de “likes” que tuviese en Alternativa Teatral, más cerca estoy de lograrlo. No va por ahí la cuestión. Va por la vivencia, el transitar el momento. Nadie te corre realmente. Es en esa ansiedad donde no me permití frenar lo que ocurrió con “Blanch”. Hay que frenar y ver que ocurre. Si uno persigue solo la legitimación, es muy vacio.

“La shikse”. La Pausa Teatral: Av. Corrientes 4521. Sábados, 19 y 21 hs.
“El ciclo Mendelbaum”. La Pausa Teatral: Av. Corrientes 4521. Viernes, 21 hs.

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