Sebastián Kirszner | ||
De El Ciclo Mendelbaum a La Shikse | ||
Joven porteño y talentoso director de teatro. Dramaturgo, actor y “casi músico”. Docente en su espacio teatral La Pausa. Inteligente, lúcido y desafiante a la hora de interpelar al público. Creativo en la construcción de su propio lenguaje teatral. Militante minimalista de lo escenográfico y maximalista en el desarrollo actoral y escénico. Apela a su arte para encontrar respuesta a inquietudes actuales sobre su identidad judía. Rupturista y respetuoso. Biográfico y ficcional. Quizás sin saberlo y sin quererlo se inscribe como un vanguardista de lo que podríamos llamar “la génesis de nuevo teatro judío” Creador del musical “El Ciclo Mendelbaum” (2016) y “La Shikse” (2017) ambas abordan temáticas judías que se reflejan en el “colectivo judío porteño”. Un personaje que merece ser conocido no sólo por medio de esta entrevista, sino a través de sus obras.
Por Enrique M. Grinberg
-¿Te definirías como un dramaturgo judío o un judío que escribe dramaturgia? ¿Por qué?
-¡Qué buena pregunta! Ya arrancamos muy arriba. Me defino como un dramaturgo en primer lugar. Creo que de alguna manera estoy institucionalizado en el teatro. Hoy mi actividad más deliciosa es esa, digamos. Como me defino en primer lugar, incluso te diría más director que dramaturgo. Porque dentro del teatro me considero más un director que escribe que un escritor que dirige. Después en torno a lo judío me aparece como una pregunta, digo. Yo me considero judío obviamente. En torno al judaísmo estoy en un momento de pregunta, eso es lo que se manifiesta en mis obras. Como el qué es ser judío hoy, cómo yo me encajo en la definición de judío. Si hay una posibilidad de armar una nueva definición, o no. Es una pregunta, no podría ubicarme en una certeza.
-¿Vas encontrando alguna respuesta o punta a seguir?
-Sí, sobre todo atravesando al teatro con el judaísmo. Los últimos años no estuve activando y mi vínculo con el judaísmo es a través de lo familiar, de juntarme en una cena de Pesaj, de ir a visitar a mis viejos, como si eso fuera el judaísmo. Con el teatro me pude reencontrar con una parte que tiene que ver conmigo. Aparecen temáticas y un imaginario que tiene que ver con lo judío, que soy yo, pero ficcionado. Entonces no voy a un templo un viernes pero hago una obra de temática judía y conecto con algo de lo sensible.
-El teatro tiene mucho que ver con el pueblo judío. Viajo con frecuencia a las colonias judías de Entre Ríos y siempre te encontrás un salón con un escenario o un teatro. Por ejemplo, cuando estuve en Moisesville quedé impactado con el Teatro Kadima. Se contaba que antes de estrenar en Nueva York las obras del teatro en idish venían a probarlas si funcionaban bien en Moisesville. Si funcionaba en Moisesville iba a funcionar en Nueva York, ya que el público de la colonia santafesina era muy culto y erudito en idish. También en otras circunstancias, como ser en la Shoá, se hacía teatro en Terezín, por ejemplo, donde se han representado y hasta se estrenaron piezas teatrales y óperas. El teatro es parte de la vida judía desde hace muchos años.
-Así es, muy interesante lo que me contás.
-¿Cuál es tu experiencia y recorrido judío personal?
- Primero fui a Shule, al jardín en Bet El. Después pasé al jardín del Wolfsohn, en donde también hice la primaria. Después pasé a la ORT y allí en la secundaria activaba en un movimiento juvenil reformista y sionista de izquierda llamado Netzer.
-No sé si tenía una definición política y de izquierda…
-Puede ser. El movimiento transmitía una idea de lo grupal para mí y hoy siento que estoy muy tocado por eso en relación con lo que hago. Por lo menos un lugar con una posición sobre lo judío muy distinta a lo que yo conocía. Donde había algo del grupo por delante y la construcción comunitaria que no era tan de derecha.
-Lo colectivo por sobre el individuo…
-Claro, entonces ahí hay algo que me marcó. Esa fue mi última experiencia institucional. Después también di clases de música en colegios judíos, que fue como un primer puente laboral. Viste que hay veces que la propia comunidad te da la posibilidad, aunque sea sin título, te dice vení y sos el profe de música. Hoy en día a través del teatro.
-¿Conocés algo de la tradición teatral en idish de la Argentina? ¿Te sentís un continuador de la misma?
-La conocí a Paula Ansaldo, quien se acercó a mi teatro, mostrándome todo este pasado que yo no conocía. Me dio un montón de material y un poco aprendí de ella de lo que era el teatro en idish en Buenos Aires. También de una cierta brecha que hubo de muchos años, así me lo transmitió ella, digamos. Conozco acerca del IFT, también del teatro Ben Ami, cuya sala está por el Abasto.
-Existieron otros como el Soleil, Excelsior, Mitre...
-Sí, sí, pero si hay algo de toda esa tradición que me llega más cercanamente a través de Paula, y como una idea que me viene de lejos.
-¿Y te sentís un continuador de esa tradición?
-No, para nada.
-¿Sentís algún vínculo?
-Siento que quizás es una idea de continuidad en las temáticas, como en algo del imaginario judío. Como así también puedo ser un continuador de cualquier autor judío en el mundo. Veo una obra de Woody Allen y no es que me siento un continuador de él pero digo… “¡ah! tiene que ver con algo de mi imaginario”. Pero en términos del lenguaje siento que siento que ahí hay una nueva búsqueda que yo no vi en otros por lo menos.
-Leiste algo de Sholem Aleijem, Bashevis Singer…
-No. (Germán) Rozenmacher es la única referencia que tengo como más estudiada porque ahora tengo una idea de hacer una obra de él. Mi próximo espectáculo va a ser una obra póstuma de él que se hizo acá en 1983, que se llama “Simón Brumelstein”. Hay algo, por lo menos en lo que investigué de él, en donde me identifico, porque él era una especie de “bicho raro” de la comunidad en su época. Incluso creo que una obra no se la dejaron hacer en el SHA porque de alguna manera ponía muy en falta a la familia judía. Mi búsqueda en lo teatral no tiene que ver en principio con lo judío, sino con lo teatral. Me acerco a la temática desde un lugar, mi familia judía. Y si tengo que contar una familia en el escenario, voy a contar mi familia.
-¿Cuál creés que es el público destinatario de tus obras, por lo menos en estas dos de temática judía? ¿Creés que hay una impronta muy judía entre los asistentes?
-Es una buena pregunta también. En general siempre creí que mi público era más un público promedio de treinta años con llegada al teatro o estudiantes de teatro. Por lo menos antes de estas dos obras ese era el público mayoritario en la sala. Hoy en día puedo decirte que veo los apellidos de las reservas y son un 95% judíos y generación 50-60.
-Tu mamá, madre judía, le avisó a las amigas…
-A las amigas y las amigas a las amigas. No está pasando con la Shikse lo que pasó con los Mendelbaum. Los Mendelbaum fue más variopinto el público y el público judío se sintió en una parte medio tocado. Incluso si vos leés las críticas en Alternativa Teatral de la gente, hay algunas personas enojadas. Sobre todo sale Paula Ansaldo a decir: “este es el nuevo teatro judío” y salieron todos estos viejos a decir “no, no, este pibe no hace teatro judío, es un irrespetuoso, como va a poner la muerte en el escenario”. Que tiene que ver más que nada con esas escenas, con laburar la muerte desde un lugar lúdico, que para nada es desde un lugar paródico. Siempre apunto a una construcción de un lenguaje, pero bueno, hay como una resistencia en ese tema en particular.
-Hace muchos años entrevisté a Enrique Pinti y él decía que sentía cuando había judíos en el teatro. Eso le gustaba mucho porque consideraba a los judíos como muy consumidores de cultura y en particular “teatreros”. Si les gusta la obra es garantía que me va a ir bien, decía.
-Hay diez funciones llenas, tengo todo el mes completo, es algo muy raro. La gente no tiene para llegar a fin de mes y vienen acá y se pelean porque no pueden comprar la entrada. Es algo atípico. Estoy agradecido por un lado, por otro lado me pregunto todo el tiempo acerca del público. Porque, bueno, esto está buenísimo este fenómeno, pero si no hago una obra judía no viene nadie, ¿entendés? O una obra de temática judía. Hoy fuimos a la ORT. Todos los años vendo funciones de mis espectáculos. Hay una obra que vengo ofreciendo desde hace tres años que es “El casting”. Te digo que es una de mis obras que más me representa. Cuando la hago acá no viene nadie, quizás mis amigos y digo pucha... tengo que hacer obras de temática judía para que se llene la sala. Es difícil, el tema del público es muy difícil. Pero hoy en día “la Shikse” tiene un público así “de la cole”.
-Aparte, al público judío le gusta a veces ciertos lugares de incomodidad, donde uno es invitado a pensar y no se siente tan cómodo en la butaca. Hasta quizás a veces se mueve.
-Mirá. Lo que pasó con “la Shikse”, que a mí me sorprendió, es que no se implican tanto. Es como, bueno, hablan de otros judíos, no de mi familia. Todos entienden que hay un judío chanta, que te puede llegar a robar, pero no en mi familia. Eso pasa, entonces hay como una resistencia.
-¿Qué obras de teatro o musicales marcaron tu vida?
-¿Musicales? Claramente Hugo Midón. Hugo Midón fue mi primera aproximación al teatro. Cuando yo ví “Derechos Torcidos” dije, bueno, yo quiero hacer esto. De hecho mi primera obra fue un musical infantil. Hay algo como del manejo del lenguaje y del vínculo con el público infantil que tenía Hugo que era muy novedoso en el sentido que hay un respeto por ese público. Había muchas capas de lenguaje. Entonces el padre o la madre se divertía tanto como los pibes. Era realmente para toda la familia, era de verdad así. En realidad esa fue como mi única experiencia en el teatro musical. Respecto a obras de teatro mis mayores influencias en el teatro porteño son Ricardo Bartis por un lado, con el cual entrené y aprendí de él un poco como un modo de dirigir muy ligado a la actuación, muy ligado a la interacción de los cuerpos. Me pasó eso con Bartis como también con Guillermo Cacace, otro de mis maestros.
-El director de una gran obra con un gran trabajo actoral como es “Mi hijo camina un poco más lento” ¿no?
-Sí. Con él estudié dirección, entrené como actor también. Me acercaron una forma de actuación muy sensible, más ligada al entre, a los vínculos entre los actores, como esa tensión. Después desde lo musical, te decía, de chico tocaba la guitarra, había algo de la música que me convocaba. No como músico. No sabía en qué lugar y hoy entra por acá.
-¿Intentas ser crítico y/o provocador a una clase media, media alta o alta por medio de tus obras?
-Sí, sí, no hay duda. No hay duda. De hecho me sorprende que la gente no se pare y se vaya ofendida. Porque el final de “La Shikse” expone mucho.
-¿Por qué elegiste el género musical para presentar tus obras, existe algún vínculo con El violinista sobre el tejado? De hecho en el Ciclo Mendelbaum el abuelo cae del tejado al intentar arreglar una antena de televisión.
-Mirá, lo musical surge medio de casualidad, hace tres proyectos. Tengo un grupo más o menos estable, estábamos ensayando y de golpe Edu, que era el músico del momento, empieza a poner canciones. Había tres canciones en la obra y dije vamos a poner casi un musical. Era casi un musical y una ironía al teatro en general. Entonces dijimos, vamos a fondo con la ironía. Esta obra fue recontra legitimada en el campo musical. Nos dieron el premio “Florencio Sánchez”, hace tres años. Luego dijimos sigamos en esta, vamos cien por ciento con el musical que fue “los Mendelbaum”. Ahí armamos equipo con la coreógrafa, con un músico de verdad y bueno, fue como que se terminó de legitimar esa idea de que yo hago teatro musical. Pero en realidad salió medio de casualidad.
-¿Y el vínculo con El violinista sobre el tejado?
-La película la conozco, la vi. Es lo que te decía antes hay algo del imaginario que es transversal y universal a todos los judíos y tiene como el color, pero… en relación a lo del abuelo, por ejemplo, mi abuelo se cayó de la terraza también, así que hay algo ahí.
-Contanos un poco los ejes temáticos sobre los cuales trabajaste en el Ciclo Mendelbaum.
-Para mi hay algo que tiene que ver con las expectativas sobre los hijos y el deseo puesto como transgeneracionalmente. Entonces laburé con tres generaciones de una familia que son los abuelos, tíos, hermanos, primos y nietos. Me interesaba algo de este síntoma que pasa en las generaciones y uno de golpe no se da cuenta y está replicando con los hijos modos que hereda de los padres. Ese es uno de los ejes donde el tema circulaba en esos ejes. Después hay algo que siempre está presente que tiene que ver con lo teatral, con el juego de las convenciones, con la idea de un teatro pobre. Donde hay cero escenografía y la construcción del relato tiene que ver con los actores. Cómo el actor va generando convenciones que ahonden espacios y tiempos, el espacio-tiempo. La búsqueda está siempre presente, más allá de lo judío o no judío. Es como que atraviesa todas las obras. Como que forma parte ya de una identidad grupal o de búsqueda de teatro. En las clases con los grupos de teatro enseño eso, es lo que sé, es el modo de teatro que sé hacer. Después hay algo de lo familiar que aparece como tema, que incluso cuando arranqué a hacer “los Mendelbaum” recuerdo que lo primero que le dije al músico que haga música balcánica, cosa que queda más universal y los abuelos no hablaban en idish. Recuerdo que Paula (Ansaldo) me interpeló y me dijo: ¿por qué no hablan en idish la bobe y el zeide? Hacete cargo de tu obra. Me acuerdo que incluso yo le decía a Marie, que hace a la abuela: “pensá en una abuela italiana”. No, no, tiene que ser una abuela judía, me decía, entonces a partir de ahí le dije Marie así se habla en idish. Le empecé a mandar las frases grabadas, cómo hacer la bendición de las velas también, medio que ahí me hice cargo. Fue en el medio del proceso este donde Paula me dijo hacete cargo, hacete cargo de tu judaísmo en tu obra. Me dije: le voy a hacer caso y fui por ese camino.
-¿Qué quisiste significar con el hijo que se fue del seno familiar y su hijo “toro”?
-Bueno, para mí ese personaje es como la representación mía. Es como si te dijera que a partir de esos dos personajes (el padre del toro), y sobre todo en el toro, es donde puedo pulsar mi opinión. Viste que todos los dramaturgos o autores tienen un personaje que es el vector del deseo de ese autor. En este caso es el toro. Es como que un poco soy yo. Si yo veo otros personajes en quien me identifico es en el toro, que es el hijo que se corrió del mandato y va por otro camino.
-Lo interesante es que el toro termina sacrificado…
-Sí, ahí remite un poco a esa pregunta sobre lo judío, sobre si es posible generar una nueva forma de ser judío. Una forma de ser hijo, de ser sujeto libre e independiente que no tenga nada que ver con lo que nuestros padres nos enseñan o nos dicen... este es el camino… ahí está la pregunta. Quizás porque es donde me ha costado estos años moverme.
-En referencia a personajes del Ciclo Mendelbaum, ¿sos nostálgico del pasado? ¿Los abuelos europeos son parte de esa nostalgia?
-No, no soy nostálgico del pasado. Justamente creo que si algo tiene de impronta esta nueva forma de “teatro judío” es que no está ligada a la nostalgia. No soy nostálgico del pasado, sí soy respetuoso. Respeto mucho. Mis abuelos paternos son inmigrantes, hablaban en idish, eran polacos.
-¿En esos abuelos del Ciclo Mendelbaum representaste a los tuyos propios o a aquellos inmigrantes?
-No, los abuelos de los Mendelbaum son más la representación de mis abuelos maternos. Que viven y que están muy ligados a lo generacional y a juntarnos los viernes todas las generaciones hasta el 2001. Hasta ese año había una armonía, hasta que en el 2001 aparecen los quilombos de guita en la familia. Se disuelve la mesa de Shabat. Antes nos juntabamos todos los viernes en la casa de mi abuelo. Eso es literal con la obra.
-¿Ves la integración de los inmigrantes y sus descendientes como una pérdida de la propia identidad?
-Sí, pero también creo que es necesario. Vivimos en la Argentina, que es un país de inmigrantes e hijos de inmigrantes donde convivimos. Tenés dos caminos: o poder convivir con otro sin soltar tu identidad, o un extremo como son los religiosos que viven dentro de un gueto en un país. Creo más en la idea de lo interpersonal más allá de la religión, más allá de la orientación sexual. Somos pares, somos parte. Somos pares con la sociedad. Para mí es necesaria esa integración. Pero bueno, hay algo que es lógico también de que uno se va asimilando y va perdiendo algo.
-¿En este perder, crees que estás ganando algo en la búsqueda y en tus preguntas acerca de tu identidad judía?
-Sí, porque yo voy repensando mi identidad judía. Y sí, no dejo de ser judío. Pero las cosas que más disfruto son juntarme después de un ensayo a tomar birras con mi elenco y ahí lo judío no está presente. Digo lo judío es en mi intimidad y con mi familia, no se pierde. Tiene que ver con de dónde vengo yo.
-En este caso en particular es en la intimidad, con tu familia, con el público y en el teatro…
-Bueno, sí, es una forma de resignificar, mejor dicho. Siento que es muy difícil porque al mismo tiempo estoy muy solo en esa búsqueda. Porque no sé cuántos más hay en esta mezcla de judaísmo y teatro, debemos ser muy pocos.
-¿Por algo en especial situaste la obra en año 2001?
-Sí, tiene que ver con que en mi familia fue un caos de choreo interno entre hermanos. Y bueno, fue como que yo fuí testigo de eso. Como que fue mi primera aproximación al caos entre mi madre y sus hermanos. Fui testigo de cómo mi tía le decía a mi papá: “vos tenés un corralito en la cabeza”. Yo estaba mirándolos de arriba en una escalera y es un texto que metí en la obra. Al mismo tiempo a la gente le resuena porque creo que muchas familias fueron atravesadas por este tipo de conflictivas en donde se fue todo el país todo al carajo. Tenía 17 y fue mi primera aproximación a un caos social y bueno, hoy está en casi todas mis obras porque de verdad marcó mi imaginario.
-Vamos ahora a la Shikse. ¿Tan paraguaya como judía, no? ¿Cómo y por qué se te ocurrió abordar este personaje adoptivo en las familias judías de clase media, media alta y alta?
-Desde hace rato como que le tenía ganas a este tema. Crecí en una familia donde siempre hubo empleada doméstica con cama adentro.
-¿Shikses? ¿Cómo que cuesta nombrarlas no? La señora que trabaja en casa, la que ayuda con las tareas domésticas, la empleada, la chica…
-Shikses. Es como que tengo un montón de experiencias en torno al tema, porque vivían con nosotros siempre, hubo muchas. Al mismo tiempo dentro del judaísmo viste como que hay una forma muy peyorativa de decirles a la shikse. Que también no se implican tanto, es natural, la shikse. Me pareció una forma también de ahondar con la crítica. Vamos un poco para atrás. Cuando estaba con el Ciclo Mendelbaum sucedía mucho que había una parte del público, eso que te decía antes, que decía que eso no es teatro judío. Entonces ahí como que se profundiza la pregunta ¿qué es el teatro judío? La idea de que la shikse fuera ante a un Tribunal Rabínico y que sea el público ficcionado, eso me interesaba. Ficcionar al público, ese elemento a mi me disparó como algo de lo teatral. Como que hay algo de la ficción del público que se instaló como tema teatral, entonces podía ir a fondo con la pregunta. El público que de alguna manera legitima o no si eso es judío. Además ubica un personaje que es el último calificado para convertirse al judaísmo, si así pudiera. Es como que “está la shikse por debajo del goy”, es como algo aberrante. Entonces me parecía como una paradoja o algo imposible.
-Casi tan aberrante como “el toro” en la otra obra…
-Totalmente.
-Si comparamos el Ciclo Mandelbaum con la Shikse, esta última interactúa e interpela directamente al público in situ. ¿Qué sentís que provoca esto en el público y en la propia actriz también?
-Para mí que hay algo como del entre, tomando por un lado el público y por el otro lado la actriz, que genera un vínculo muy tenso. Porque además es una sala muy chica y ella se mete literal en la platea. Tiene varios momentos la obra. Te digo dos antagónicos. Uno más festivo que es donde ella cocina knishes y la gente se ríe y dice: “mirá el knishe... yo conozco el catering”. Y el otro extremo que sería el final de la obra donde en un momento se ilumina al público, o sea, la última imagen de la obra es luz prendida en el público y ella sola en el sillón donde los puede ver a ellos y ellos obviamente la ven a ella. El público no sé si entera de esto porque es un artificio de luz. Pero la prendimos para que Marie, la actriz, vea el público y se deje interpelar por esa mirada. Que al mismo tiempo es un momento trágico de la obra. Esto es medio como una especie de secreto interno porque el público es iluminado pero no sé si sabe que está siendo visto. Porque en general en la convención del teatro, uno siente que está resguardado con la oscuridad. Este final es a propósito porque ese encuentro es en la obra.
-¿Qué siente la actriz en ese momento? ¿Qué te transmitió?
-Ella en ese momento hace que se vaya a fondo con lo que está pasando. Cada función es levemente distinta porque no hay dos iguales, pero a ella de golpe se le iluminan los ojos de las cincuenta personas y es un encuentro real. Es verdadero, no sé como decírtelo. Otro secreto que tenemos con la actriz es, aunque no voy a decir cuáles, para que el relato final, que es el trágico, esté bien y sea como crudo y bien desde sus entrañas, hay momentos reales de la vida de ella que están ficcionados metidos en el relato de Marie. Elegimos momentitos donde ella dice algo verdadero de su vida donde le toca la fibra personal.
-Hay que poder sostener la tensión de la obra, todo eso con acento paraguayo y algunas intervenciones en guaraní, y pasar del momento de Disney al momento que te pasa la pelota a vos como público. Te hace cómplice de la risa y después te pasa bien la factura. Por último quería volver a preguntarte si estás trabajando en alguna obra nueva, ¿podrás adelantarnos algo?
-Sí, como te comenté antes, estoy como tratando de entrar en el mundo de Rozenmacher. Hay una obra de él que es “Simón Brumelstein” que ya estoy oliéndola como para el año que viene, y ya tengo una tentativa sala que no es La Pausa. |
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