domingo, 11 de agosto de 2013

Crítica a "Azulejos Amarillos", por Laura Rauch para Crack Magazine

Entre el deseo, la música y la representación infinita: “Azulejos Amarillos”, de Ricardo Dubatti, dirigida por Sebastián Kirszner.

Apreciar una obra teatral es una experiencia tan placentera como compleja: la superposición de elementos requiere de la mayor de las atenciones sin provocar esto, un esfuerzo consciente. Existen ciertas obras que solicitan un trabajo posterior de reflexión, de vuelta a ver mental que permiten apreciar elementos que en la inmediatez de la representación se pierden, tal vez, por formar parte de un todo orgánico, una maquinaria que “funciona a la perfección” que “dice por todos lados”. Este es el caso de Azulejos Amarillos, la puesta en escena de Sebastián Kirszner sobre el texto dramático de Ricardo Dubatti; dos artistas de la generación sub 30, que combinan sus conocimientos teatrales para el encuentro de un lenguaje que refiere al quehacer poético.
Partiendo de un texto que narra los deseos artísticos de dos albañiles (Pepe y Pridamante) en tono cómico y absurdo – con una marcada presencia de elementos de la poética beckettiana – la puesta ahonda en constantes rupturas de las convenciones realistas, proponiendo profundas reflexiones respecto del arte teatral. Con la presencia de cuatro dúctiles actores en escena – Augusto Ghirardelli, Daniel Ibarra, Eduardo Lázaro y Dionisio Javier Pastor – la narración cotidiana de un arreglo de albañilería se convierte en la mejor excusa para “decir sobre teatro”. “Decir”, desde la palabra y el cuerpo, en donde la gestualidad, la dicción y la música condensan la comicidad, lo lúdico y los anhelos artísticos.
En su totalidad, la obra configura una compleja red de relaciones que circulan entre el amateurismo y el oficio, concibiendo el símbolo de los azulejos como aquellos objetos de deseo o pasiones que se convierten en los motores de cada ser humano. Y sin duda, los azulejos amarillosde estos jóvenes teatreros son el mismo arte escénico.
Apelando a Shakespeare desde la escenografía, la presencia de dos actores/músicos – quienes ensayan en ese baño una pieza teatral, probablemente la misma que llevan a cabo – con vestimentas propias de la época del autor inglés y que aportan la musicalidad a la escena, las referencias metateatrales inundan la totalidad del espacio, no solo el de la representación sino también el la sala. En varias oportunidades, y por medio de diversos recursos, los personajes advierten la presencia de un grupo de observadores frente a ellos, otorgándole a los espectadores ese rol complementario que el teatro, en todas sus formas, requiere. Asimismo, las menciones sobre la música se multiplican en escena, ya que dos personajes – nombrados “músico 2” y “músico 2 bis” -  ejecutan en escena los instrumentos, mientras los otros, recuerdan sus experiencias musicales admitiendo que su vocación artística es más fuerte que el oficio intentan llevar a cabo.
Por esto podemos afirmar que la obra se basa en constantes repliegues, propuestos desde el texto y la puesta mediante el humor verbal y corporal, sostenido por cuatro actores que componen una obra orgánica, minuciosamente constituida y con posibilidades de improvisación en conjunto que acrecienta ciertos rasgos y genera que cada escena sea extremadamente divertida, llena de contenido, apelando por momentos a recursos cinematográficos, y que brinda libertad a los espectadores a receptar y comprender siempre un poco más.
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Y es tal vez lo dicho hasta aquí, una muestra de la intensa y profunda búsqueda de un lenguaje propio, una singularidad que envuelve la obra, que permite que esa puesta en abismo se constituya como el sincero testimonio de este grupo de artistas – tanto dentro como fuera de al escena – que logran enlazar fuertemente la idea de profesionalismo con el concepto de juego.
De las rupturas que propone la puesta, tal vez sea el final una de las más interesantes: los actores nunca saludan al público como tales, sino que son los personajes quienes, desconcertados, observan a los espectadores aplaudir. Obviando la convención del “reconocimiento del artista como tal”, los personajes toman posición de nuevo en escena y plantean una continuidad: la obra seguirá el jueves siguiente, de igual modo o acaso no. Esta provocación al público es postulada desde la marcación explícita a los espectadores para que se retiren, evidenciando por medio de la iluminación que la ficción finalizó, o al menos se detuvo, dejándolos inmersos nuevamente en el plano real ahora cargado de nuevas significaciones. Por esto la idea de la representación efímera, es decir, una irrepetible experiencia, queda opacada por la continuidad que la misma plantea, y a su vez, evidenciada por la posibilidad que, la semana siguiente, la historia tome otro rumbo. Postula entonces una representación infinita, que remite nuevamente a las complejas configuraciones espacio-temporales plasmadas en escena desde la palabra, la música y el cuerpo simultáneamente. Y es esta decisión de sostener la magia de la ficción, la que deja a los espectadores con la sensación de haber sido poseídos, junto con los personajes y los artistas, por el influjo de los azulejos amarillos.
Ficha técnico artística:Libro: Ricardo Dubatti
Elenco: Augusto Ghirardelli, Daniel Ibarra, Eduardo Lázaro y Dionisio Javier Pastor.
Escenografía: Lola Gullo
Diseño Gráfico: Lola Gullo
Asistencia de Dirección: Lola Gullo y Victoria Arrabaça
Fotografía: Victoria Flor Cabrera
Retoque digital: Daniela Potente
Diseño de Luces: Sebastián Kirszner
Música original: Gamal Hamed, y Eduardo Lázaro.
Dirección musical: Gamal Hamed.
Prensa: Simkin & Franco.
Dirección y Puesta en escena: Sebastián Kirszner.
Azulejos Amarillos se presenta en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960) los jueves a las 21 horas.
Por Laura Rauch
Estudiante avanzada de la carrera de Artes Combinadas (UBA) e integrante del Área de Investigación en Ciencias del Arte (AICA) en el Centro Cultural de la Cooperación

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