domingo, 11 de agosto de 2013

El proceso de escritura dramática y montaje de Azulejos Amarillos


AZULEJOS AMARILLOS - Dos albañiles vienen por el arreglo del baño de un teatro en construcción. Como este espacio es el único que todavía no ha pasado por las mazas de los obreros, cuando estos llegan, se encuentran con los músicos de una obra de teatro, que se han encerrado en el baño a ensayar. No solo pareciera que esto no es un impedimento para comenzar con la “obra”, sino que además despierta el deseo de uno de ellos de ser mirado por estos profesionales del arte. Suenan melodías, pareciera que la “obra” va a comenzar. 

EL PROCESO DRAMATÚRGICO: por Ricardo Dubatti
El origen de la Azulejos amarillos fue bastante concreto, mundano diría. Vivo en un departamento y al vecino de abajo se le hacía una mancha de humedad importante en el techo de su baño. El consorcio estaba determinado que mi baño ocultaba el problema y que había que romper el piso. Hubo un pequeño desfile de toda clase de albañiles y plomeros y llegué a estar sin baldosas en el piso durante alrededor de una semana y media. Al poco tiempo de la flamante reparación, resultó que también pasaba por mi pared un caño central que había que cambiar. En total, por las dos reparaciones, debe haber sido un mes y medio de toda clase de situaciones inverosímiles. En un punto de ese recorrido, me había puesto a escribir sobre eso que hoy llamo el síndrome de la reparación: ese momento en el que uno, por mejor o peor que vaya siendo la refacción, se pregunta el por qué de este ejercicio tan absurdo de arreglar la casa. Todo esa fatiga, toda esa preocupación de no ver avanzar el trabajo se unió a Beckett y la lectura de El Innombrable. Allí me resonaba el principio “Hay que hablar, por más que ya no haya nada más que decir”. Había que aguantar, por más que ya estuviera agotado. En un acto de asociación no muy sorprendente llegué a otra idea que me gustaba: la reparación de la casa es Godot, por eso no llega jamás. Y así surgió este ámbito de dos albañiles trabajando mientras la refacción no termina de ocurrir a pesar de la paciente espera.
Ya teniendo una buena parte de Azulejos Amarillos, le faltaba algo más, un eje que canalizara el deseo que tenía de escribir, de crear. Ocurrió algo más. Un miércoles llovía. Miércoles que volvía tarde de cursar y que me encontró con otra grata sorpresa: me llovía el techo. Cuando llegué llovía un poco (dentro). Gradualmente iban cayendo más gotas, pero a un ritmo pausado y variado. Puse recipientes debajo y esperé. Estaba furioso, pero la presencia de mi novia implicaba decoro. Fue ahí cuando escuché el groove de la lluvia, los fantásticos sonidos que hacían los cacharros y el agua. Mi novia estuvo a punto de internarme en un manicomio, porque yo me reía nerviosamente y tocaba música con la lluvia usando una pezuñas que tenía guardadas. No lo grabé, pero descubrí que ahí pasaba algo. El arte ya estaba ahí antes que yo lo pensara, vinieron a mi mente Nietzsche y Mallarmé, y también Robert Fripp, legendario guitarrista de King Crimson. Fripp decía algo como (palabras más, palabras menos) “las canciones ya están flotando en el aire; uno simplemente las escucha y las hace bajar a sus manos”. Ahí surgió el eje que faltaba: mis ansias de crear sin tener muy en claro lo que estaba haciendo realmente. Y surgieron los poemas y los azulejos como ejes del deseo. El poema del bidet ya estaba escrito hace mucho y cuando se lo leí a un amigo para usarlo como letra para una canción, él contestó: “es el mejor poema acerca de mear que jamás leí”. Ahí volvió Beckett.
No obstante, no fui conciente de casi nada de todo esto hasta que un día mi viejo me llevó a ver El perro pequinés, dirigida por Alfredo Arias. Ahí conocí al fantástico dramaturgo uruguayo Carlos Manuel Varela, con quien charlamos de nuestro fanatismo por Beckett, Ionesco y Nietzsche y le conté del poema del bidet. Fue con su ayuda que descubrí dos cosas: cómo orientar la escritura de la obra (al poco tiempo surgieron los azulejos amarillos como eje del deseo que completara esa necesidad de ser poeta de uno de los albañiles) y que era una obra en la que tenía que abrazar todo aquello que estaba alrededor de la escritura. Incluso mi desesperación por crear arte. Tenía que juntar todas esas vivencias y hacerlas parte de la Azulejos amarillos. La obra devino en lo que me gusta pensar un homenaje a los oficios. Crear es simplemente hacer y creer en eso que uno hace, por más que a veces uno se sienta desorientado. HACER es el paso natural de la pasión, es necesario para lograr que eso que uno desea no necesariamente sea, pero esté unos pasos más próximos. Por eso creo que Azulejos Amarillos tiene una presencia tan sincera y sencilla, porque es el resultado de un trabajo intenso e inocente. Hoy se ven muchas cosas muy claras, pero en aquél momento de escribirlo, era un momento confuso e incluso aterrorizante. Espero que la gente disfrute tanto como yo disfruto esta obra.

EL PROCESO DE MONTAJE Y PUESTA EN ESCENA: Por Sebastián  Kirszner
 Al comenzar con la puesta en escena había varias hipótesis disparadoras del proceso: Primero, el baño al cual venían los albañiles a romper, era el de un teatro “en obra”. No solo eso, dentro de éste baño, dos músicos instalados cual objetos escenográficos, aguardan el comienzo del relato. Ellos están ensayando (probablemente esta misma obra: “Azulejos Amarillos”). Esta hipótesis multiplicaba la dirección del personaje de Pepe, músico devenido en albañil, al que ahora, la enunciación de querer encontrar su canción entre las herramientas, y cantarla, tenía un interlocutor muy claro: la mirada de estos músicos, con un su saber musical. Segundo, en relación al espacio, la proximidad de los objetos, y la posibilidad de que esta cercanía generara un campo de acción bastante acotado (espacialmente hablando): cuatro hombres en un baño pequeño, entre mazas e instrumentos musicales son una buena combinación para generar acción dramática. Tercero, la necesidad de construcción de un relato para estos dos músicos, para poder convivir con Pepe y Pridamante. En ese sentido, el encuentro con un texto de mucha apertura, y condensación poética, con rasgos de un absurdo “beckettiano”, posibilitaba a no atarse a ninguna lógica de “entendimiento” realista del texto, y al no anclaje a ninguna cadena asociativa lógica de condicionamiento de los personajes.
Distintas lógicas de poder, van rotando a lo largo del todo el relato que generan un “estado”, y una tensión dramática que va creciendo y mutando, y con ella se van tejiendo distintas alianzas, fugaces y episódicas. Nos encontramos con un primer momento de llegada de los albañiles, de encuentro con estos músicos, que no pareciera muy lejos de cierta lógica de la realidad, pero que de a poco, sobre ella se va instalando lo que sería el “tono de la obra”: difícil de enunciar con palabras (que no terminan de apresar la verdadera cosa), pero que en una vaga aproximación, aparece cierto enrarecimiento formal que nace a modo de fugas. Asímismo la obra vuelca de momentos cómicos a trágicos, y por momentos aparecen recortes temporo-espaciales un tanto oníricos.
El juego con la metateatralidad aparece nuevamente, deja en vilo la falsedad de la cosa, pero asumida con tanta verdad, que se transforma en una paradoja. Entonces en el espacio del baño- teatro hay marquesinas de las otras puestas de “Teatro Joven”, grupo al que así llamamos por la intensión de búsqueda de cierto lenguaje (que siempre será novedad, o joven, en relación a lo ya conocido), equipo de trabajo que ya viene montando obras (Lola Gullo: escenógrafa; Gamal Hamed: Músico; Vicki Cabrera: Fotografa; Vicki Arrabaça: actriz, asistente en éste proyecto). Uno de estos cuadros, que son percibidos por los personajes, es el de “Azulejos Amarillos”, la actual obra. Entonces el relato, además de mostrar la hilacha de cierta teatralidad, pareciera ser el mismo de todos los jueves, pero a la vez, diferente. En algún momento de la obra se juega con un “deja vu”, como si el texto se les hubiera olvidado y entonces lo vuelven a representar. Además hay diferentes grados de conciencia de pertenencia al relato: los músicos saben que están actuando “Azulejos Amarillos”, pero los albañiles no tienen idea, pero a la vez sospechan, porque las cosas vuelven a ser como la semana anterior.

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